En nuestra última entrada, ya estuvimos hablando de la diferencia entre extranjerismos, préstamos y calcos. Y aunque no entramos muy al trapo en el tema, anticipamos que en un futuro quizá hablaríamos con más detalle sobre lo innecesario de recurrir casi sistemáticamente a ellos. Sobre todo, a los calcos.
Pues bien, ese futuro ya ha llegado.
Lo cierto es que, en líneas generales, no hay nada malo en utilizar calcos. Si surge una realidad hasta entonces inexistente para nosotros, de algún modo hay que incorporarla a nuestro idioma. Tendremos que poder referirnos a ella, ¿no? De ahí que, si hay estudios científicos que hablan del “greenhouse effect”, no está de más que incorporemos su traducción al español (“efecto invernadero”) como calco, pues tal término no existía hasta entonces en nuestro diccionario, así que un calco siempre resultará más sencillo de pronunciar y de entender para cualquier hispanohablante que su original en inglés. Ese es, pues, el gran pro de los calcos: que acaban siendo palabras o expresiones que enriquecen nuestro idioma, dado que llenan un “vacío” que había ahí (y, por tanto, nos facilitan las cosas).
Pero los calcos son armas de doble filo, ya que por cada gran pro que nos entra por un lado, nos meten un gol por otro lado con un contra aún más grande. Y, en este caso, el contra es justo la cara opuesta del pro: en vez de enriquecer el idioma, lo empobrecen, ya que generalizan usos del todo innecesarios (e incluso incorrectos), cuando ya había expresiones nuestras que expresaban esa misma realidad (realidad que, por cierto, no tiene nada de nueva en este caso). Y qué mejor que verlo con un par de ejemplos:
SER CONSISTENTE CON: Calco macarrónico del inglés “to be consistent with”, para el que por supuesto ya teníamos nuestros “ser consecuente con” o “estar de acuerdo con”. Porque ser consecuentes no es algo que se inventara con la era digital, precisamente… Y eso por no mencionar que el adjetivo “consistente” no aparece en el DRAE con la acepción que pretendíamos como voluntariosos “calcones”.
EN LÍNEA CON (ALGO): Calco cutre salchichero del (cómo no) inglés “in line with (something)”. Hasta que empezó a usarse a troche y moche, ya teníamos nuestros “conforme a”, “con arreglo a”, “en consonancia con”, “de acuerdo con” y “según”. Que será por opciones y longitudes, ¿verdad? Pero nada, ellos aferrados como lapas al “en línea con”, que les suena más cosmopolita.
Luego hay casos curiosos del tipo “el que la sigue la consigue”. Por ejemplo, el famoso adjetivo “bizarro” (ya hemos hablado de él más de una vez). Esta palabra existía en nuestro idioma pero con solo dos acepciones: “valiente” o “generoso, lucido, espléndido”. Por contacto con el francés o el inglés “bizarre”, que en estos significa “extraño, extravagante”, empezamos a usarlo casi exclusivamente con esta última acepción. Seguro que has leído más de una vez que, por ejemplo, “David Lynch dirige unas películas muy bizarras”. Pues bien, tras años de calco popular, la RAE decidió admitir esta tercera acepción en la correspondiente entrada de “bizarro” en su diccionario. ¡Ya podemos usarla con todas las de la ley sin que nos regañen!
Y, para cerrar con una nota positiva en plan “ni ‘pa’ ti ni ‘pa’ mí”, recordemos el caso del verbo “empoderar” (o su sustantivo “empoderamiento”). Gracias a los vocablos ingleses “empower” y “empowerment”, por estos lares empezamos a usar como locos los verbos “empoderar” y “empoderamiento”, creyendo que estábamos haciendo un modernísimo calco que nos volvía de lo más internacionales. Pero no sospechábamos, pobres de nosotros, que “empoderar” ya era un antiguo (y bastante olvidado) verbo español. Así pues, lo que empezó como un supuesto calco acabó convertido en el reflotamiento de una palabra más muerta que el idioma sumerio. Rápida como una liebre, la RAE aprovechó para recoger la palabra con el nuevo significado en la vigesimotercera edición del Diccionario académico: “Hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido”. Y, francamente, como pro es un señor pro, ¿no te parece?