El DRAE define la palabra “anfibología” como “doble sentido, vicio de la palabra, cláusula o manera de hablar a que puede darse más de una interpretación”. Una acepción que, muy acertadamente, no deja claro hasta qué punto la anfibología es voluntaria, ya que, en efecto, todo depende de las intenciones de quien la use (o del despiste de quien cae en ella). Así, cuando hablamos de “El burro de Jaime”, ¿estamos refiriéndonos al animalito de granja que Jaime tiene pastando en el campo o a que el susodicho Jaime debería esforzarse más en los estudios? Ese es un caso claro de anfibología.
Por tanto, la anfibología puede entenderse como un recurso de la lengua con el que crear a voluntad determinados juegos de palabras. Pero también puede convertirse en un error de estilo si, más que usarlo “estratégicamente”, incurrimos en él por descuido. Dicho lo cual, ¿qué podemos hacer para no caer en él?
1. SER CONSCIENTES DE LAS POLISEMIAS. Cuando una expresión es polisémica (es decir, cuando tiene más de un posible significado), siempre se deja una puerta abierta a la anfibología. Por ejemplo, si decimos “Le he echado clavo al guiso”, lo normal es que nuestros invitados a cenar entiendan que con ese “clavo” nos referimos a la popular especia… pero también podría ocurrir que sospechen que queremos asesinarlos y ya no vuelvan a meter la cuchara en el plato (o, si la meten, la inspeccionen muy bien antes de llevársela a la boca). Eso sí, ahí el problema de anfibología lo tendría casi más el interlocutor que el hablante, pues si el segundo quería decir que ha echado una ferretería dentro del guiso, sin duda habría dicho “clavos” en plural.
2. SER CONSCIENTES DE LAS HOMONIMIAS. A veces, dos expresiones de origen o significado distinto se pronuncian igual, lo cual puede dar pie a anfibologías (generalmente orales, aunque a veces también escritas, como veremos en nuestro ejemplo). Así, si al hijo de una nadadora olímpica le preguntan a qué se dedica su madre y este responde que “Nada”, quizá su interlocutor interprete que la pobre madre está en el paro (o que tiene muy pocos intereses en la vida, una de dos). La anfibología podría haberse evitado no usando la tercera persona en singular del presente de indicativo del verbo “nadar” (homónima del sustantivo “nada) y respondiendo, en su lugar, “Es nadadora olímpica” o “Se dedica a la natación”. Mucho más claro.
3. SER CONSCIENTES DE LAS CLÁUSULAS O EXPRESIONES EQUÍVOCAS. Aquí entra toda una gama, desde referentes dudosos hasta estructuras sintácticas ambiguas. En el primer caso, si decimos “Luisa me cae fatal y Toño solo mal. Aunque su casa es preciosa”, ¿a quién hace referencia el “su” de esa casa?, ¿a Luisa, a Toño o a los dos? Respecto a las estructuras sintácticas ambiguas, un ejemplo clásico de anfibología sería la oración “Tenemos globos para niños de colores”, que nos habría quedado bastante más clara si la hubiéramos reorganizado así: “Tenemos globos de colores para niños”.
Todo esto no significa que debamos evitar a toda costa las anfibologías, por supuesto. Como ya adelantamos al principio, a veces pueden ofrecernos un recurso de lo más útil. El problema lo tenemos cuando se convierten en una visita no deseada. Y a las visitas no deseadas de ese tipo mejor servirles un guiso bien cargado de “clavos” (que no de “clavo”).