A veces olvidamos que los textos traducidos que se destinan al consumo específico por parte de un determinado público no dejan de ser productos (y, con frecuencia, productos comerciales). Quizá no podamos conducirlos por la vía pública, ni atornillarlos para su ensamblaje y uso, ni conectarlos a la corriente para que nos trituren unas verduras, pero sin duda siguen siendo tan productos como los que más. Y como productos que son, necesitan pasar sus controles de calidad.
Sin embargo, antes que nada, deberíamos determinar a qué llamamos exactamente control de calidad en una traducción (decimos traducción, sí, pero esto podría aplicarse a casi cualquier tipo de texto). En líneas generales, se trata de un proceso mediante el que garantizar que el texto le llegue al lector final en condiciones óptimas. Porque, sorpresa, por muy buenos traductores que nos creamos, somos tan humanos como los que más. Y, por tanto, cometemos errores. Quizá más de los que creemos. Así que veamos algunos pasos que seguir en un control de calidad de este tipo.
TENER MUY CLARO EL LIBRO DE ESTILO DE LA EDITORIAL
Este paso resulta fundamental, pues muchos de los aspectos que vamos a pulir en los pasos siguientes nos exigirán que tengamos en cuenta las pautas del libro de estilo. Y ojo, porque, aunque se llame «de estilo», también suele incluir aspectos sintácticos y de otros tipos. Así pues, léelo a fondo antes que nada, ya que te dará pautas que son «sagradas». Esto también se aplica a las bases terminológicas, si disponemos de ellas.
REVISAR EL CONTENIDO
Lo cual implica leer el texto traducido, claro. Pero no desesperes: hay herramientas informáticas que pueden echarte una mano a la hora de realizar búsquedas. Ejemplo sencillo: supongamos que la editorial tiene cierta (justificada) aversión por el abuso de adverbios acabados con el sufijo «-mente». Pues no hace falta que nos dejemos los ojos buceando en un mar de letras: basta con que usemos el comando «Buscar y reemplazar» en Word, tecleando «mente», y nos seleccionará todos los usos donde aparezca ese sufijo (o esa palabra, cuidado, pues también abarcará la palabra «mente»). Pero no todo acaba ahí. Hay muchos más aspectos que revisar en este punto, claro: desde inconsistencias que retocar (por ejemplo, numéricas, en el caso de que se incluyan listas) hasta unificaciones que hacer (en textos técnicos, puede resultar confuso que una misma realidad la traduzcamos de maneras muy distintas cada vez, y más si tenemos una base terminológica a la que ceñirnos).
REVISIÓN ORTOTIPOGRÁFICA Y GRAMATICAL
Aquí nos servirá de gran utilidad el corrector ortográfico y gramatical de Word, por supuesto. Así que procura que no se te pase por alto, pues los errores lingüísticos son de lo más escurridizos. Y sí, sabemos que este paso puede resultar bastante tedioso y monótono, sobre todo si el texto es largo; y sí, sabemos que el corrector de Word no es infalible… pero siempre es mejor pasarlo que no. Los lectores finales te lo agradecerán. Eso sí, asegúrate de tenerlo configurado como es debido.
PRUEBA LOS ARCHIVOS ANTES DE ENTREGARLOS
El objeto es minimizar los problemas que nuestro cliente (ya ni siquiera el lector final) tenga que afrontar a la hora de manipular el archivo. Desde posibles incompatibilidades de formatos hasta texto oculto que puede dar ciertos problemillas al exportar la traducción.
Así pues, ya ves que no podemos darnos el lujo de afirmar que una traducción ya está lista por el mero hecho de que hayamos traducido la última palabra del original. Para que de verdad podamos darla por concluida, necesitamos hacer que pase «la prueba del algodón». Y esa prueba es el control de calidad.