Españoles todos: que levante la mano quien no haya dicho alguna vez que lo más terrorífico de la película “El resplandor”, de Stanley Kubrick, era el doblaje de Verónica Forqué. O que los bajos niveles de idiomas en nuestro país se deben al excesivo consumo de cine doblado. O que el cine doblado no respeta el trabajo original de los actores, ni el de la propia lengua original. Sin duda, son frases tantas veces repetidas que cabría preguntarnos hasta qué punto pueden seguir considerándose una verdad irrefutable o si ya se han convertido en un cliché como cualquier otro. Y aunque no hemos concebido esta entrada como un laudatorio del doblaje, precisamente, lo que sí queremos es reflexionar un poco sobre esas verdades “indiscutibles” que, bajo nuestro punto de vista, resultan de lo más discutibles.
Respecto al primer punto, no seremos nosotros quienes defendamos el trabajo original de doblaje de “El resplandor” al castellano. En efecto, es uno de los más discutibles de la historia de nuestro país, y de los más discutidos por los profesionales del sector. Ahora bien, quienes se rasgan las vestiduras ante la voz estridente de Verónica Forqué, ¿se han tomado la molestia de oír en versión original la tesitura vocal de Shelley Duval, la actriz que interpreta el mismo papel? Porque, de hecho, se trata de una tesitura muy muy parecida: aniñada, aflautada… No en vano, fue el propio Kubrick quien seleccionó a Verónica Forqué por lo mucho que se asemejaba su tesitura vocal a la de Shelley Duval (ni siquiera en ese punto podemos decir que se estuviera traicionando la visión del director). Por desgracia, no solo de tesituras vive el doblaje, y aquí es donde viene el problema, pues jamás es ese el argumento que esgrimen los detractores de Forqué. Podrían decir que el doblaje de “El resplandor” al castellano es plano, monótono y carente de viveza. Pero no. Lo que dicen de forma casi sistemática es que la voz de Forqué es estridente. Pues si lo es, añadiríamos nosotros, desde luego lo es tanto como la de Duvall. Curiosamente, pocas quejas se oyen a pie de calle de que la voz de macho alfa con la que siempre se ha doblado a Humphrey Bogart al castellano nos ha impedido deleitarnos desde siempre con la característica voz de pato que tiene en inglés.
Otro punto que suele esgrimirse para defenestrar la versión doblada es que, por su culpa, nuestro país tiene tan bajos niveles en idiomas. Dicho lo cual, cabría preguntarnos hasta qué punto se ha disparado en España la absorción y aprendizaje de un idioma como el coreano a partir del enorme éxito de productos audiovisuales provenientes de Corea del Sur, como la película “Parásitos” o la serie televisiva “El juego del calamar” (entendemos que consumidos siempre en versión original, por supuesto). También cabría preguntarnos si toda la gente que defiende esta teoría insiste en no leer absolutamente ningún libro traducido y disfrutarlos todos en su idioma original, “como debe hacerse”, o si, tal vez, esa regla del aprendizaje de idiomas es más laxa cuando entramos en el ámbito literario.
Tema aparte es cómo, a base de aprender otros idiomas consumiendo casi de forma exclusiva la versión original inglesa (porque no nos equivoquemos: cuando el común de los mortales defiende a muerte la versión original, lo que defiende casi siempre es la versión original de productos en inglés), acabamos por “desaprender” nuestro propio idioma. De ahí nacen calcos tan innecesarios como “al final del día” (del inglés “at the end of the day”, que sería nuestro castellano “al fin y al cabo”), patinazos como ”culto satánico” (del —cómo no— inglés “satanic cult”, que sería nuestra “secta satánica”), popurrís como “si tan solo pudiera” (del —sí— inglés “if only I could”, el equivalente de nuestros “desearía”, “me encantaría” u “ojalá pudiera”) o ya auténticos monstruos de Frankenstein como “fuera de la caja” (del —¿lo adivinas?— inglés “out of the box”, que no es sino “de forma original”, “ de manera poco convencional” o “con un punto de vista propio”).
Y vamos por fin con la joya de la corona: el doblaje no permite apreciar el trabajo de los actores originales. Qué duda cabe de que esto es irrebatible, y por eso no vamos a ahondar, dado que no hay por dónde. Pero sí sacaremos a colación otro aspecto vinculado que, al parecer, no molesta tanto. Y es que la versión original subtitulada no permite apreciar el trabajo de… ¡el guionista! Habrá quien diga que eso no es cierto, ya que, si conoces perfectamente el idioma original, disfrutas sin problemas de toda la esencia de los diálogos originales, sin filtros de ningún tipo. Verdad irrefutable también. Pero ¿y si no conoces en absoluto el idioma original? Te va a tocar leer subtítulos sí o sí, y bien sabido es que los subtítulos tienen que condensar información por mera economía y ritmo. Hay información que, de forma inevitable, se pierde con los subtítulos.
“Bueno, pero eso también ocurre con el doblaje, que no deja de ser una traducción”, dirá alguien. Y llevará toda la razón. Pero, por lo general, con el doblaje no existe la misma necesidad consistente de acortar frases y dejarse información en el tintero. Quizá haya que encajar determinadas vocales o consonantes en boca del actor en pantalla o haya que hacer determinadas adaptaciones (juegos de palabras, etc.), incluso puede que haya que acortar de vez en cuando alguna frase que nosotros decimos de forma más extensa o alargar un poco alguna otra que nosotros decimos de forma más escueta… pero no es algo generalizado en todos los doblajes de todas las películas de todas las nacionalidades.
Y no hablemos de lo que ocurre cuando hay varios actores hablando al mismo tiempo (algo muy frecuente, por ejemplo, en las comedias de Woody Allen). Con el doblaje se puede ir capeando este obstáculo, pero ¿qué hacemos con el subtitulado, donde caben las frases que caben en pantalla? ¿Acaso no se está dejando de respetar al guionista ahí? ¿E incluso a los actores a quienes se opta por no subtitular, debido a razones prácticas?
“Ya, pero puestos a elegir faltas de respeto al trabajo original, me quedo con la versión original siempre”, afirmará más de uno. Y estará en todo su derecho. A fin de cuentas (o “al final del día”, como dirían algunos), este debate no está cerrado en absoluto. Y quizá no debiera estarlo jamás. Tanto el subtitulado como el doblaje tiene sus pros y sus contras. Y, como hemos querido demostrar con esta entrada, no hay un claro ganador. Desde un punto de vista objetivo, cada alternativa tiene sus pros y sus contras. Tal vez lo más sano sea no imponer ninguna de ellas. Que ambas convivan como lo han estado haciendo desde la aparición del DVD, el Blu-ray y las plataformas digitales. Y que seas tú, en fin, quien escoja la que más le convence.