Hace unas semanas, la empresa de investigación de inteligencia artificial OpenAI, creadora del ChatGPT, publicó junto con la Universidad de Pensilvania un informe donde se analizaban los empleos y profesiones que podrían peligrar (o, al menos, verse afectados en porcentajes entre medios y elevados) debido al aparentemente imparable avance de la inteligencia artificial (IA).
Dentro de este listado, que abarcaba casi cualquier ámbito de la actividad profesional humana, se incluían profesiones como la de traductor. Como era de esperar, el dato no ha pasado desapercibido en el sector, donde ha suscitado todo tipo de reacciones: desde escepticismo hasta cierto optimismo… y, como era inevitable, también cierto sentimiento catastrofista.
Pero ¿hasta qué punto deberíamos preocuparnos quienes trabajamos dentro de este ámbito de los servicios lingüísticos?
Lo cierto es que, si lo pensamos bien, hace ya muchos años que usamos la IA como ayuda en nuestras traducciones (que no como sustituto de nosotros mismos). De hecho, para quien no lo recuerde, no hace mucho en este mismo blog dedicamos una entrada a este tema (aunque no ha sido la única). Y aún diremos más: muchos hemos recibido y enviado memes que se burlan de la espantosa labor de traducción automática que realiza cierta herramienta gratuita, ¿verdad? (Admítelo: lo has hecho). Visto así, parece que la respuesta seria sencilla: no, por supuesto que no hay motivo de preocupación.
Sin embargo, lo cierto es que la susodicha herramienta ha evolucionado a pasos de gigante en los últimos años. Tanto que, con franqueza, muchos de esos memes jocosos están ya más desactualizados que la propia herramienta de la que se burlan. Hoy, dicha herramienta nos ofrece para determinados ámbitos unas traducciones ya no solo competentes, sino a veces casi impecables, que poco o nada tienen que envidiar al trabajo realizado por traductores humanos. De modo que visto así… pues quizá sí haya motivos de preocupación, la verdad.
Sea como sea, el caso es que en todo este tiempo la IA sigue sin haber alcanzado tal estado de desarrollo que le permita sustituir por completo al ser humano en cualquier contexto y bajo cualquier circunstancia del ámbito de la traducción. Y parece bastante improbable que lo alcance a corto plazo (e incluso a medio).
Por ejemplo, la IA sigue sin ser capaz de adaptar una traducción a elementos tan delicados y resbaladizos, pero fundamentales, como el público destinatario, los códigos y costumbres de cada cultura (no sabe efectuar labores de “localización” como es debido) o el estilo específico del autor. Quizá sepa traducir una frase hecha, pero no sabe determinar por qué motivo específico el autor ha usado esa y no otra (ni si la frase hecha por la que ha decidido traducirla es la más adecuada de todas las que tenemos). Aún no sabe separar el grano de la paja y entrever la intencionalidad del autor, distinguir cuándo dice algo en serio y cuándo no, cuánto está siendo irónico, cuando está metarreferenciando… ni por qué lo hace. En todos esos matices, que no son moco de pavo, seguirá haciendo falta una mano (y una mente) humana que sepa aportar todo aquello de lo que la IA carece, por mucho que sí nos esté ayudando ya mismo a aumentar la productividad. ¿Quizá en un futuro (más bien lejano) también eso podrá hacerlo por nosotros? Quién sabe… pero, desde luego, hoy no.

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