Y con esta entrada cerramos nuestra trilogía épica, nuestra recopilación de grandes éxitos de ayer, hoy y siempre (o, mejor dicho, grandes fracasos) en la traducción editorial. Agárrense, que vienen curvas.
CARENCIAS DE INVESTIGACIÓN. Parece de cajón, ¿verdad? Si vas a traducir sobre un tema específico, qué menos que documentarte un poco. Pues este error sigue repitiéndose. A ver, tampoco hace falta que devores varias enciclopedias enteras como si fueras a presentarte a un concurso de preguntas y respuestas en la tele, pero no está de más que te proveas de documentación específica, por si las moscas. Y hablando de moscas: si hay algún término, concepto o pasaje que te deja con la mosca tras la oreja, que no acabas de comprender del todo, documéntate al respecto y no te lances a traducir a lo loco, pues es posible que eso te saque de dudas.
LAGUNAS EN CUANTO A REFERENCIAS CULTURALES. Esto se encuentra un poco vinculado a lo anterior, aunque no del todo. Imagina que estás traduciendo una novela donde mencionan a un personaje muy famoso en la cultura pop japonesa pero no tanto en la nuestra, y además añaden de vez en cuando guiños irónicos a este o incluso a frases propias que él ha popularizado. Obviamente, si no manejas esas referencias, se te van a escapar un montón de cosas. En cambio, si las manejas, podrás acercarte a ellas lo máximo posible (o, si se da el caso, incluso adaptarlas a nuestra cultura).
ERRORES AL ESCOGER UNA ACEPCIÓN CONCRETA EN PALABRAS POLISÉMICAS. Otro error más común de lo que nos pensamos. Supón que estás traduciendo las memorias de un autor estadounidense y de pronto te topas con un verbo cuya acepción más habitual no te acaba de cuadrar del todo en el fragmento donde aparece la palabra. Por el contexto, a ti te parece que más bien quiere decir otra cosa en concreto, pero no tienes la certeza. Así pues, coges el diccionario y te pones a mirar qué otras acepciones tiene…, y te topas con una ristra interminable de acepciones en inglés británico…, y luego, con otra igual de larga en inglés americano. Y, claro, la cabeza comienza a darte vueltas. Bueno, que no cunda el pánico: lo primero, sabiendo que nuestro autor es estadounidense, es irte casi directamente a la ristra de acepciones en inglés americano. Y, a partir de ahí, armarte de paciencia y ver cuál puede encajar más, si te atienes al contexto y a tu intuición.
NO RESPETAR EL ESTILO DEL AUTOR. En realidad, este último punto puede entenderse como un cajón de sastre en el que tienen cabida muchas posibilidades: términos cultos que convertimos en estándar; o términos estándar que convertimos en informales; o términos informales que, ya puestos, convertimos en vulgares… Y eso cuando no vamos más allá de meros términos y ya arrasamos con frases, párrafos o, por qué no, capítulos enteros. La autora tiene un estilo de frases breves y cortantes, pero nosotros decidimos que casi mejor las subordinamos todas, que le da una musicalidad muy creativa. O también puede ocurrir lo contrario: un autor inglés escribe largas frases que se van encadenando sin que apenas nos demos cuenta; y nosotros, como somos muy respetuosos, también encadenamos las nuestras (sin darnos cuenta de que el español tiende a palabras bastante más largas que las inglesas, con lo que las prolongadas frases del original ya directamente se eternizan en nuestra traducción).

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