En general, existen dos tipos de oraciones: simples y compuestas. Las primeras expresan un pensamiento completo y contienen una cláusula independiente (con su sujeto y su predicado verbal). En lo que se refiere a las segundas, combinan al menos dos cláusulas que pueden ser, o bien independientes y enlazadas mediante un coordinador (a estas oraciones compuestas las llamamos coordinadas), o bien una cláusula independiente y una o más dependientes (es decir, lo que conocemos por oraciones subordinadas).
¿Demasiado teórico? Menos de lo que parece. De hecho, el párrafo superior encierra un ejemplo práctico de cada tipo: la primera oración es simple, la segunda es compuesta coordinada y la tercera es compuesta subordinada.
Sea como sea, resulta imprescindible conocer los tipos de oraciones estructurales para saber utilizarlas con el fin de armar nuestro discurso, cuya eficacia (no nos cansaremos de repetirlo) suele depender del sentido del equilibrio y de lo apropiado. No en vano, aunque lo habitual es que un texto combine ambos tipos de estructuras, al final ocurre como en todo: la virtud está en la mesura.
A priori puede parecer que una oración simple es, por definición, más sencilla, menos arriesgada, más desnuda de complicaciones. Y sí, a grandes rasgos lo es, pero ¿qué ocurre cuando un texto está plagado de oraciones simples? Pues lo que ocurre es que obtenemos un estilo cortante (cuando no entrecortado), donde puede resentirse el fluir de la lectura. En su justa medida, algo así puede funcionar de maravilla dentro de un diálogo de novela negra, por ejemplo, ya que en dicho género abunda este estilo rayano en lo telegráfico, casi lapidario, de frases breves pero certeramente escogidas, y que denota gran agilidad mental al decir mucho con muy poco. Lo ilustra bien uno de los diálogos más célebres de la película «Fuego en el cuerpo» (1981):
«─ No deberías llevar esa ropa.
─ ¿Por qué? Solo es una blusa y una falda.
─ Entonces no deberías llevar ese cuerpo».
Sin embargo, ¿qué ocurre si aplicamos esta misma abundancia de frases simples a un ensayo? Que el efecto pasa a ser justo el opuesto: el ritmo se vuelve pesado, el fluir de las frases se atasca y lo lapidario se convierte en torpe, como si el ensayista se viera incapaz de hilvanar dos ideas seguidas (ni digamos ya tres) dentro de una misma oración.
Pero ojo, porque ese estilo espeso de ritmo plomizo también puede obtenerse involuntariamente a base de acumular oraciones subordinadas, de esas tan complejas que al final incluso llegas a olvidar cuál era el verbo principal. Ocurre a menudo con los textos jurídicos y con los administrativos, aunque allí este efecto no es tanto un accidente como, en cierto modo, una característica muy consciente y más que buscada, que por tradición ha definido este tipo de jerga y que aún hoy sigue definiéndola. Sirva de ejemplo este fragmento del BOE del 22 de abril de 2020 (compuesto por una sola oración, aunque su extremada complejidad pudiera hacernos suponer que hay por lo menos dos):
«De esta forma, el Real Decreto 23/2016, de 22 de enero, por el que se establece el programa nacional de control y erradicación de ‘Trioza erytreae’, y el programa nacional de prevención de ‘Diaphorina citri’ y ‘Candidatus Liberibacter spp’ tiene por objeto el establecimiento y la regulación, con carácter básico, del programa nacional de control y erradicación de ‘Trioza erytreae’, tras la declaración de la existencia de plaga por la autoridad competente, según lo dispuesto en la Ley 43/2002, de 20 de noviembre, de sanidad vegetal, y el Real Decreto 1190/1998, de 12 de junio, por el que se regulan los programas nacionales de erradicación o control de organismos nocivos de los vegetales aún no establecidos en el territorio nacional».
En cambio, ¿qué ocurriría si se aplicara este mismo estilo muy subordinado a, por ejemplo, un manual de instrucciones? Pues ocurriría lo esperable: que el manual no cumpliría con su función principal (dar instrucciones concisas, claras y comprensibles del manejo de un producto) y, por lo tanto, el texto resultante sería ambiguo, innecesariamente enrevesado y, ¿hace falta que lo digamos?, todo menos eficaz.