El uso del vocabulario es siempre un arma de doble filo. No en vano, durante un acto comunicativo, puede resultar igual de peliagudo que no dispongamos en nuestros esquemas mentales de un vocabulario lo bastante amplio como que dispongamos de uno amplísimo y, aun así, nos decantemos por las palabras más innecesariamente enrevesadas. En ambos casos, el resultado sigue siendo el mismo: que, por defecto o por exceso, no logramos transmitir nuestro mensaje con la suficiente claridad.
Adquirir una buena base léxica se convierte en una de las acciones que nos permitirán ser recursivos durante la comunicación. Pero ¿cómo lo hacemos?
LEE. Quizá te resulte un poquito obvio este consejo, pero con demasiada frecuencia las obviedades nos acaban pasando desapercibidas en nuestro día a día. Como dice la canción, «todo está en los libros»… y lo cierto es que no va muy errada: los libros son fuente de sabiduría. Así que, cuantos más leas, mejor para tu vocabulario.
ESCRIBE. Esto a muchos les puede sonar poco más que a salir de la sartén para caer en las brasas. “No me gusta leer… ¡¿y me propones que escriba?! ¿En serio?”. Pero, en realidad, se trata de un útil consejo. Escribir nos ayuda a buscar palabras y expresiones de forma activa, a jugar con los sinónimos (o con los antónimos) para no redundar… En definitiva, a jugar con el vocabulario y, en el proceso, integrarlo mejor.
JUEGA. Y hablando de jugar, a menudo el mejor aprendizaje (o, por lo menos, el más atractivo) se realiza de ese modo. En el sentido literal. Desde crucigramas hasta Scattergories o Scrabble, los juegos de palabras pueden ayudarte a seguir aprendiendo de una forma divertida y sin que te percates siquiera.
SÉ CONCISO. A veces, existe una simple palabra para expresar ese concepto que en tu mente requería de muchas más. O hay un vocablo equivalente, mucho más sencillo de pronunciar y escribir que ese otro que habías pensado de entrada. Juega con los sinónimos, anótalos, hazte glosarios personalizados incluso…
CREA TU DICCIONARIO. Puede que te estés agotando solo de pensar en algo tan laborioso, pero te aseguramos que es menos de lo que parece. Cada día, escoge una palabra (una que uses a menudo u otra aleatoria, en lenguaje culto o coloquial…) y escríbela en un cuaderno, acompañada de la definición que harás en tus propios términos. Una al día. Te sorprenderán los resultados.
ESTUDIA. Aunque quizá debiéramos decir “mantén una curiosidad activa” (que, sin duda, suena menos amenazador). No te imaginas lo interesante que puede resultarte investigar sobre el origen y la historia de una palabra específica, un lexema o morfema, o una frase hecha que siempre has usado sin detenerte mucho a pensar de dónde proviene.
UTILIZA EL ESPÍRITU DE LA ESCALERA. Los franceses llaman “espíritu de la escalera” a ese momento en que, ya lejos de una discusión dialéctica, cuando es demasiado tarde, se nos ocurre la réplica perfecta. Da mucha rabia cuando nos ocurre, pero puede venirte de maravilla en este caso. Aunque ya estés en tu casa, sigue dialogando mentalmente con esa persona, elabora tu punto de vista, perfecciónalo, revísalo, reformúlalo… ¡que se entere ese pelagatos de lo que vale un peine! Quizá el ejercicio no sea lo mejor para tu salud mental, pero para la lingüística es mano de santo. No lo dudes.