Si seguiste la primera y la segunda entrega de nuestra serie de hecatombes literarias del aspirante a escritor, seguro que estabas esperando como agua de mayo que cerráramos la TRILOGÍA. Así que aquí tenemos el EPISODIO III: LA AMENAZA DE EDICIONES NEMO. Agárrense, que vienen curvas.
PENSAR EN TÉRMINOS DE TRILOGÍAS. Que no, que es broma… Solo queríamos hacer un chiste con lo dicho al final del párrafo anterior. Aunque, ya que estamos, tampoco creas que le faltan razones a este primer punto. Muchos escritores noveles tienden a pensar a lo grande (por no decir a lo grandilocuente) y a planificar sus historias en modo trilogías. Porque les encanta Tolkien, porque se creen la nueva Carmen Mola o porque consideran que una trilogía “viste” más, vete tú a saber. Pero, si ya es complicado convencer a alguien (ya sea una editorial o un lector) de que tu libro merece su atención, ¿qué decir de lo que merece tu señora doña trilogía de autor novel? Pasito a pasito, que todo llegará.
CONTARLO ABSOLUTAMENTE TODO. Está bien que des información a los lectores, pero no hace falta que la sueltes toda de sopetón, intenta dosificarla sabiamente. A no ser, claro, que quieras abrumar a los lectores y que la cabeza les estalle como si fueran personajes de la película “Scanners”. No hay nada de malo en ser descriptivo, pero conviene saber cómo, cuándo y para qué serlo. Si en una trepidante escena de acción un personaje desenfunda una espada, igual corta un poco el rollo que de repente decidas ponerte a describir de pe a pa cómo es esa espada, cuál es su historia, cómo fue forjada, qué grandes figuras la han esgrimido a lo largo de los siglos y en qué gloriosas batallas, cuándo y cómo se produjo la muesca del lado inferior derecho del filo… Por otro lado, quizá tampoco vale la pena revelar de golpe y porrazo todos los datos de un personaje si quieres mantener su misterio y el interés de los lectores. Resérvate un as en la manga. O varios. Te lo agradecerás y te lo agradecerán.
DAR POR HECHO QUE EL LECTOR SABE LO MISMO QUE TÚ. Como autor, se supone que eres el dios de tu propio mundo: conoces el pasado, el presente y el futuro de la historia que has escrito; conoces a los personajes de la cabeza a los pies, por dentro y por fuera; conoces cada rincón de cada lugar que puebla tus páginas… Pero no olvides que los lectores no saben todo eso, ellos solo conocen lo que le estás contando o lo que les has contado. Y ojo, porque hay muchas maneras de meter la pata en este sentido. Pero veámoslo mejor con un ejemplo. Imagina que en tu libro hubo un diálogo que decidiste eliminar del borrador final. Sin embargo, aún sobreviven ecos de él en la historia: quizá reacciones de los personajes o interacciones entre ellos que, por despiste tuyo, aún remiten a ese diálogo desaparecido. Si ya no hay presencia explícita de tal diálogo en el libro, quizá tú entiendas perfectamente por qué tus personajes reaccionan o se comportan de determinada manera (porque, aunque ese diálogo ya no existe en el texto escrito, sigue “existiendo” en tu cabeza). El problema es que el lector no va a entender nada, pues para él tan solo existe el texto escrito (no el suprimido).
LOS OBJETOS INÚTILES. O los objetos olvidados, que para el caso viene a ser lo mismo. A los escritores noveles les encanta dar enorme importancia a objetos que, al final, acaban por no tener ninguna en absoluto. Pero no lo hacen a propósito, sino más bien por puro despiste. Ese misterioso cofre cerrado que alguien se lleva de un penumbroso sótano… y que nunca llega a abrir (ni siquiera a intentarlo). Esa joya mágica poderosísima que le regala la bruja a nuestra heroína… pero que esta jamás llega a usar. Seguro que sabes por dónde vamos. Se trata de objetos que, en el fragor de la escritura, te parecen interesantísimos de incluir. Y que, sin embargo, luego acabas olvidando por completo. Para frustración de los lectores, claro, que jamás ven cumplidas las promesas argumentales que dichos objetos les habían hecho. Por otro lado, hay que advertir que esto no solo ocurre con objetos, sino también con personajes, diálogos y líneas argumentales sobre los que se pone exageradamente el foco de atención, aunque después no conducen a nada más que a páginas de más (y tiempo de menos para tus sufridos lectores).

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