En muy pocos años, el concepto “impresión bajo demanda” (o POD, por sus siglas en inglés) ha pasado a estar en boca de todos los profesionales que componen el sector editorial. Y no es para menos, pues ofrece un modelo revolucionario de negocio mediante el que se ahorra muchísimo en costes.
Ahora bien, ¿cómo funciona esto de la “impresión bajo demanda”? El propio nombre lo indica, pero vamos a explicarlo, pues tiene una mecánica muy sencilla. Cuando un cliente entra en una web de venta de libros y compra determinado ejemplar, dicha venta genera un informe automatizado que se remite de forma directa a la distribuidora que puso en venta el libro. Solo entonces se imprime dicho ejemplar, y solo entonces se envía al comprador.
Por supuesto, lo que ha permitido que exista este sistema es la mejora de la tecnología. O, en otras palabras, el paso a la impresión digital o láser, que abarata costes en papel e impresión y, por lo tanto, permite tiradas mucho más cortas a mayor velocidad y con precios mucho más ajustados. Aunque hay muchas más ventajas: reducción de gastos en tiradas excesivas (algo de indudable interés para coediciones y autoediciones, donde siempre hay incertidumbre respecto a la cantidad de dinero que se podrá recuperar con las ventas), posibilidad de que siempre haya existencias (al fin y al cabo, cada nueva venta significa un nuevo ejemplar en las existencias) y una ampliación de mercado que puede abarcar multitud de países (no olvidemos que, al tratarse de un fichero que se mueve digitalmente, puede imprimirse en cualquier país que disponga de esta tecnología… y, además, a precios locales).
Eso sí, ¿podríamos afirmar que es oro todo lo que reluce? No del todo. Aunque la impresión bajo demanda presenta un abanico de ventajas incontestables, lo cierto es que también tiene sus puntos negativos. Que son muy pocos, sí, pero ahí están. De hecho, vamos a reducirlos a dos.
El principal parece bastante obvio: un libro impreso bajo esta modalidad no se encontrará en librerías físicas, pues la gracia de imprimir bajo demanda reside en no verse en la obligación de acumular de forma innecesaria existencias que ni siquiera sabemos si van a venderse algún día. Eso sí, hay librerías físicas que ya incluyen esos libros al menos en sus bases de datos, por lo que puede realizarse el pedido allí mismo y recibirlo con toda comodidad cuando se ha impreso. Por desgracia, sigue siendo una modalidad que no acaba de asentarse, así que no podemos decir que cualquier librería física ofrezca tal servicio.
El otro gran problema (obviaremos la dependencia de los vaivenes del transporte y la impresión, pues ni siquiera el sistema tradicional se libra por completo de esto) tiene que ver con la calidad del producto final. No en vano, si bien las técnicas de impresión láser han evolucionado de forma espectacular en los últimos años, la calidad de una impresión digital, por muy buena que sea, sigue sin igualar las excelencias de una impresión tradicional offset.
Aun con todo, no debería menospreciarse este sistema (ya no tan novedoso), pues, pese a tener sus deficiencias, qué duda cabe de que sus ventajas son dignas de consideración.