Uno de los problemas más habituales a la hora de componer libros es la calidad técnica de las imágenes seleccionadas por el autor. Imágenes que a veces no llegan a alcanzar ni unos estándares mínimos de impresión y que, en el peor de los casos, resultan demasiado difíciles de mejorar. Evidentemente, esto supone un serio obstáculo no solo para el propio escritor (que, quizá, deba acabar prescindiendo de esas imágenes), sino para todos los implicados en el proceso de producción, e incluso, si no se logra o no se quiere resolver el dilema, para quienes menos deberían “pagar el pato”: los propios lectores.
Por supuesto, lo ideal es recurrir a imágenes lo más profesionales posible, bien tomadas y retocadas, pero esto no siempre resulta factible. Así pues, más allá de ese presupuesto idóneo, debemos tener muy claros algunos requisitos que debe cumplir una imagen de antemano para decidir si conviene usarse o no en la composición de un libro:
1. ¿SOPORTE IMPRESO O DIGITAL? Uno de los primeros factores que debemos tener en cuenta es este: ¿en qué tipo de soporte viene esa imagen y para qué tipo de soporte pretendemos destinarla? No en vano, si bien una imagen apta para impresión raramente da problemas a la hora de adaptarla para un libro electrónico, aún es más raro que el proceso inverso funcione.
2. RESOLUCIÓN DE IMAGEN SEGÚN SOPORTE. De lo comentado en el primer punto puede deducirse que la resolución de las imágenes para maquetar un libro impreso siempre requiere ser mayor que la de las usadas para uno digital. Por eso, bancos de imágenes aparte, las fotografías extraídas de Internet suelen carecer de la suficiente calidad para impresión, que acaba presentando escasa nitidez y excesiva pixelación.
3. ¿MAPA DE PÍXELES O GRÁFICO VECTORIAL? Resulta fundamental conocer el tipo de imagen que tenemos para evaluar debidamente su idoneidad. Los archivos vectoriales (por ejemplo, tipo .svg y .ai) son más nítidos y pueden escalarse conservando su calidad. En cambio, las imágenes en píxeles (por ejemplo, los archivos .gif, .jpg y .tiff, entre otros) sí corren el riesgo de perder nitidez. Por otro lado, si bien podemos convertir con relativa facilidad un gráfico vectorial en mapa de píxeles, el proceso inverso implica pérdidas cualitativas. Así pues, en principio lo idóneo es trabajar con archivos vectoriales.
4. EQUIVALENCIA ENTRE TAMAÑO EN PÍXELES Y TAMAÑO “REAL”. Con tamaño “real” nos referimos a su tamaño físico, es decir, a aquel en que la imagen se plasmará al salir impresa. Por eso es tan importante que observemos una relación adecuada entre el tamaño en píxeles (distribuido en columnas y filas) y lo que pretendemos que sea su tamaño impreso en centímetros (horizontales y verticales). Si un determinado tamaño físico exige un mínimo de píxeles, no podemos sacarlos de donde no los hay, obviamente.