No es ninguna novedad: la industria audiovisual (es decir, aquella relativa a las producciones televisivas, cinematográficas y publicitarias, entre otras) manifiesta una clara tendencia a asimilar y normalizar el uso de voces procedentes de la lengua inglesa. Algo que a nadie debería sorprender a estas alturas, si tenemos en cuenta la enorme influencia de Estados Unidos y Reino Unido en este campo.
Y aunque la RAE recomienda que moderemos el uso de anglicismos si tenemos alternativas equivalentes en voces castellanas, ¿es correcto que evitemos a toda costa esos anglicismos? ¿Incluso en un sector como el audiovisual, donde son el pan nuestro de cada día?
Bajo nuestro punto de vista, dependerá de cuan asimiladas estén las voces españolas correspondientes. Quizá podamos sustituir tranquilamente un «no quisiéramos hacer spoilers» por un «no quisiéramos destripar el argumento». Sin embargo, encontramos un tanto más peliagudo sustituir un cartelito con «Aviso de spoilers» por otro con «Aviso de destripes» (a no ser, claro, que quien lo escriba sea el célebre Jack el Destripador justo antes de salir a hacer su ronda nocturna).
Con independencia de nuestra buena fe, el uso ya muy asentado de la voz inglesa «reality show» quizá tampoco permita sustituirla con enorme naturalidad por nuestro equivalente: «programa de telerrealidad» (expresión ante la que, sin duda, muchos hispanohablantes fruncirían el ceño, convencidos de estar a punto de sumergirse en el mundo de Matrix, por lo menos).
Claro que, en otros casos, los dilemas se atenúan mucho más. Porque, por mucho que nos tiente el estilazo anglosajón de la palabra «streaming», siempre tenemos ahí esa «transmisión en directo» tan nuestra, tan humilde ella, que se entiende perfectamente (incluso mejor) y que suena de lo más natural, por mucho que no se trate de una traducción «uno a uno». Del mismo modo, ¿en serio se entiende muchísimo más al vuelo «rating» que «índice de audiencia»? ¿O «share» que «cuota de pantalla»?
Así pues, ¿en qué quedamos? ¿Anglicismos sí o anglicismos no? Depende de diversas variables, como hemos visto: desde lo extendido o no que se encuentre el uso de las alternativas castellanas hasta un simple sentido práctico. Pues tanto puede chirriarnos un texto plagado de escuetos anglicismos «innecesarios» como otro de larguísimos equivalentes castellanos. En cierto modo, ambos pueden acabar convirtiendo la lectura en un calvario. Y ya lo decía Aristóteles: en el término medio reside la virtud.