La lengua es un ente vivo y, como tal, muta sin parar. Por eso conviene estar siempre actualizados y evitar los engaños de lo que se «cree» conocer. A fin de cuentas, si de entes vivos lingüísticos hablamos, ¿hay algo más peligroso que la picadura de un bulo?
En esta entrada, vamos a hacer un breve repaso por cinco de los bulos que más han corrido como la pólvora en el ámbito lingüístico. Toma nota.
1) Las palabras que no recoge el diccionario no existen ni se deberían usar. Como afirmábamos, la lengua es un ente vivo, por lo que está incorporando una y otra vez léxico de todo tipo (desde neologismos hasta extranjerismos, jerga dialectal y usos coloquiales o dialectales). Así pues, quizá lo que no está tan vivo es el diccionario. O es un poquito más lento de reflejos…
2) Hay que evitar los adverbios acabados con el sufijo «-mente». Tampoco nos volvamos locos. Sí es cierto que su abuso provoca dentera a más de uno, pues da palabras demasiado largas que entorpecen el ritmo, crean rimas internas indeseadas y a menudo ofrecen información redundante (si decimos que alguien se encuentra «totalmente desesperado»… ¿acaso estamos insinuando que se puede estar «solo un poquito desesperado»?). Como en todo, la clave está en usarlos con cabeza y moderación. Y, para ello, sirva de ejemplo uno de los más brillantes que ha dado nuestra literatura: el «¡Oh, suave, triste, dulce monstruo verde, tan verdemente pensativo» de Dámaso Alonso. ¿Quién cometería la terrible imprudencia de prescindir de un adverbio tan bello, necesario e insustituible como «verdemente»?
3) Todas las palabras que aparecen en el diccionario son de uso correcto y válido en cualquier contexto. De nuevo, falso. El diccionario prescribe, pero a veces solo describe. La palabra «almóndiga» queda recogida en el DRAE, sí, pero en ningún momento equipara su uso al de la correcta «albóndiga» de toda la vida. De hecho, en la entrada para «almóndiga» incluye una nota de lo más aclaratoria que nos advierte que su uso es vulgar. Del mismo modo, también en otros casos indica que determinadas palabras tienen uso despectivo y malsonante, como «marica» (cuyo uso despectivo no equipara al más respetuoso «homosexual»).
4) Conviene prescindir de los gerundios, debido a su dificultad de uso. Mentira. Al gerundio lo que hay es que entenderlo, no evitarlo. El problema es que determinados usos sí son incorrectos (¿alguien dijo «gerundio de posterioridad»?), de modo que tenemos que buscar alternativas al gerundio, en tales casos. Pero ¿significa eso que hay que prescindir de ellos a toda costa? En absoluto. De hecho, en ocasiones, por evitar un gerundio de manera innecesaria, podemos caer de bruces en expresiones de lo más forzadas y antinaturales.
5) Las mayúsculas no se acentúan (o el equivalente de los «informados»: las mayúsculas YA se acentúan). En realidad, las mayúsculas siempre se han tenido que acentuar, no solo de un tiempo a esta parte. Si en otros tiempos había cierta permisividad en este aspecto, se debía a algo muy simple: con las antiguas imprentas y máquinas de escribir, resultaba complicado ponerle la tilde a una letra mayúscula. Pero la tecnología ha cambiado mucho, de modo que ya no hay motivos para excusarse.