Digámoslo claro y salimos ya de esa: los adverbios acabados en “-mente” son el Mal, son el infierno, son la niña de “El exorcista”. Que sí. Que lo sabemos nosotros, lo sabes tú y lo sabe Gabriel García Márquez. Porque seguro que has leído más de una vez las declaraciones del genial escritor colombiano en las que arremete contra esos diablillos de nuestro idioma y que lo llevó incluso a escribir una novela en la que no había ni uno solo de ellos.
Ahora bien, ¿“de verdad” (aquí podríamos haber dicho “realmente”) tienen merecida tan mala fama estos pobres adverbios? Pues sí y no. De hecho, no hemos usado al tuntún el adjetivo “pobres”, ya que les va que ni pintado, aunque quizá les iría mejor pintado “empobrecedores”, que es lo que hacen con nuestra prosa cuando abusamos de ellos. Pero ¿por qué la empobrecen?, te estarás preguntando. He aquí tres sencillas razones.
1. Se trata de palabras con muchas sílabas, demasiadas, lo cual sobrecarga las frases y ralentiza la fluidez de la lectura. Sobre todo, cuando las usamos a troche y moche. Veámoslo con una oración: “Sinceramente, ayer me tenías molesto, pero hoy me tienes absolutamente cabreado”. Reelaborémosla: “Créeme: ayer me tenías molesto, pero hoy me tienes cabreado del todo”. ¿No fluye algo mejor en el segundo caso? E incluso fluiría mejor sin el innecesario “del todo” final, pero de eso hablaremos en el punto 3.
2. Tienen cierto tufillo erudito, cuando no literario, que nos invita a usarlas sin demasiado filtro. Tú agarras, cascas cinco o seis adverbios de este tipo en un solo párrafo y, de pronto, parece que todo tiene más calidad, ¿verdad? Todo se eleva. Todo adquiere precisión. Incluso parece que tienes más razón. Te autovalidas. Y además suena como tan “deliciosamente” inglés, tan “increíblemente” civilizado… ¿A que sí? Pues no. Tú piensa que los “deliciously” e “incredibly” anglosajones tienen cuatro sílabas por cabeza, mientras que nuestros trenes de cercanías tienen nada menos que seis por cada. No compares, ellos se han ganado abusar de ellos.
3. A menudo, no aportan nada, son redundantes. Volviendo al ejemplo del punto 1 (“absolutamente cabreado”): ¿en serio se puede estar “cabreado a medias”? ¿O “un poquito cabreado”? Si uno dijera estar “un poquito cabreado”, lo que estaría más bien es “molesto”, ¿no? Pero “cabreado” carece de la menor ligereza, es un adjetivo bastante absoluto.
Dicho esto, a la hora de usar adverbios acabados en “-mente” lo reduciremos todo a tres consejos derivados de los tres grandes problemas: busca fórmulas menos engorrosas, empléalos con moderación (a fin de cuentas, para eso están) y evita los usos redundantes. Y ojo, porque incluso estas soluciones tienen su trampa. No creas que sustituir “totalmente” por “de manera absoluta” te solventa mucho la papeleta, pues estás cambiando una palabra de cuatro sílabas por siete sílabas distribuidas a lo largo de tres palabras (una de las cuales, por cierto, se compone de… ¡cuatro sílabas!, al igual que el adverbio que quisiste sustituir). Está bien, añadiremos un consejo más: si tienes que sustituir alguno de estos golosos adverbios, hazlo con cabeza. Y tan ricamente.