¿Te imaginas que vas al médico de cabecera por un simple constipado y acaba recetándote pastillas para el estreñimiento (en inglés, “constipation”)? O peor aún: ¿que entras en quirófano para operarte de la vesícula y terminan operándote de la vejiga? Bueno, quizá hemos puesto unos ejemplos un poquito exagerados, pero pueden darnos una medida bastante clara no solo de lo delicado que resulta el ámbito médico, sino de lo caro que puede pagarse un error.
De ahí que las traducciones médicas exijan tal precisión: porque, a fin de cuentas, hablar de traducción médica viene a ser lo mismo que hablar de salud. Y con la salud no se juega. Se trata de un asunto demasiado serio como para dejarlo en manos inexpertas, ya que un mal trabajo final (de traducción, se entiende) puede echar a perder un excelente trabajo previo (de estudios, de diagnosis…), y en el peor caso con consecuencias irreversibles.
Desde tratados de medicina hasta prospectos farmacéuticos, informes médicos, transcripciones de conferencias… Se diría casi inabarcable el abanico de documentos especializados que se traducen con cierta frecuencia y exigen la máxima exactitud. Figúrate lo gravísimo de que la posología de un fármaco se tradujera mal, y que los consumidores acabaran tomando una dosis errónea. O, si padeces una enfermedad crónica, te mudas a otro país y has de llevar contigo un diagnóstico de tu médico de cabecera, lo preocupante de que la traducción del documento correspondiente fuera confusa, ambigua o, incluso, directamente ininteligible.
En otros ámbitos, como por ejemplo el literario, quizá un trabajo descuidado se salde con una merma en la calidad, con un rechinar de los dientes ante algo que es plásticamente espantoso. Algo de por sí serio, qué duda cabe, pero que no trasciende mucho más. Sin embargo, en el ámbito de la medicina, las consecuencias de un trabajo mediocre pueden ser trágicas, pues un error de traducción suele derivar en un error médico.
Por eso muchas agencias recurren cada vez más como traductores a médicos, pues el hecho de que estos conozcan a fondo la terminología de su campo ha de dar, “por lógica”, grandes resultados. Sin embargo, algunos lingüistas disienten, y defienden que, si la disciplina traductora debe impartirse y aprenderse de modo científico, eso implica que siempre será preferible utilizar a un traductor adecuadamente especializado que a un médico con cierta base lingüística.
Sea como sea, lo que está clarísimo es que este tipo de traducción debe desempeñarla un profesional debidamente cualificado, pues solo de este modo pueden reducirse al máximo los errores (y sus temidas consecuencias).

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