Para escribir un texto de forma satisfactoria, necesitamos algo más que papel y boli (o corriente eléctrica y un procesador de textos). De hecho, a menudo ni siquiera bastará con un uso apropiado de la gramática. Hay un elemento mucho más resbaladizo y, aun así, fundamental a la hora de redactar un texto exitosamente: estilo. Pero ¿qué es exactamente el estilo de un texto? Veámoslo con una metáfora textil quizá un tanto frívola, pero, sin duda, elocuente: si la gramática es lo que nos permite entender que un zapato va en el pie (no en la mano, ni en la cabeza), el estilo sería aquello que nos permite entender que un chándal de tonalidades eléctricas es inapropiado para asistir a una ceremonia fúnebre. O que el mejor momento para llevar un vestido escotado de lentejuelas rojas quizá no sea un radiante lunes a mediodía. Un estilo inapropiado puede eclipsar todas las felices decisiones que, tal vez, hayamos podido tomar en un texto respecto al uso gramatical. Pero ¿cuáles son esos errores de estilo fundamentales que debemos evitar?

. Registro lingüístico inadecuado. No podemos usar expresiones coloquiales en un texto de carácter formal. Y, del mismo modo, el uso excesivamente culto del lenguaje puede convertir en pedante un texto que, en principio, se pretendía fresco y ligero.

. Falta de claridad y precisión. Esto se aplica no solo a estructuras sintácticas ambiguas (o, directamente, incluso caóticas), sino también al modo en que se organiza la información por párrafos a lo largo de un texto completo. Transmitir ideas es, básicamente, un asunto de orden y puntería.

. Redundancias. Ojo: no es lo mismo hacer determinadas repeticiones para subrayar una expresión o idea de forma consciente y meditada que redundar de forma gratuita (y, a menudo, no tan voluntaria). Lo primero puede denotar seguridad y firmeza. Lo segundo puede restar verosimilitud y seriedad a nuestro discurso.

. Pobreza expresiva. En cierto modo, este punto es el resultado lógico de los tres anteriores. Pero no solo se trata de eso, pues la pobreza expresiva suele ser una moneda de dos caras. Tan peligroso es no saber poner una coma en el momento adecuado como plagar un texto de comas, sin ton ni son. Y tan arriesgado es no saber enlazar ideas mediante los recursos que nos proporciona la lengua como abusar de esos recursos hasta acabar abarrotando un texto de muletillas.

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