La corrección o revisión lingüística es una fase de control de calidad que todo texto debería atravesar antes de su publicación. El motivo de su importancia es muy sencillo: durante este proceso es cuando se limpia el texto de todos aquellos errores que pueden haberse producido involuntariamente durante su redacción (ya sea por prisas, despiste o mero desconocimiento) y que, obsta mencionarlo, rebajan la calidad del resultado.
Existen dos niveles de corrección: el ortotipográfico y el de estilo. Aunque lo deseable sería aplicar ambos tipos de corrección a un mismo texto, en realidad la única que suele considerarse imprescindible es la primera. Claro que, pudiendo revisar un texto en ambos niveles, ¿quién no querría obtener el producto más limpio y profesional posible?
Ahora bien, ¿en qué consiste exactamente cada tipo de corrección? Lo veremos en los siguientes párrafos.
Llamamos corrección ortotipográfica a la que se ocupa de detectar y enmendar los errores de ortografía, puntuación y usos tipográficos. Esto abarca desde ajustar la ortografía a las normas actualizadas de la RAE (tildes, formación de abreviaturas, mayúsculas y minúsculas, escritura de cifras…) hasta aplicar como es debido recursos tipográficos (negritas, entrecomillados, cursivas, versalitas…), eliminar viudas y huérfanas, limpiar particiones incorrectas de palabras y revisar la adecuada correlación entre sumarios e interiores, entre otros muchos aspectos.
Con frecuencia, se dice que la corrección de estilo opera a un nivel un poco más profundo. Y, por desgracia, arrastra cierta mala prensa entre los escritores menos experimentados, debido a esa denominación que puede llevar a engaño (en realidad, aunque se llame “de estilo”, este tipo de revisión no cambia el estilo del autor, ni es irrespetuosa con su forma de escribir). Son múltiples y complejos los aspectos de los que se ocupa: corregir problemas gramaticales, solucionar inconsistencias sintácticas, atenuar el uso de muletillas, enriquecer léxico, solventar errores e imprecisiones de vocabulario y expresiones, despejar ambigüedades involuntarias… y, si la editorial dispone de un libro de estilo propio, adecuar el texto a las directrices que allí se imponen, como es lógico.
Lo idóneo es que cada revisión la desempeñe una persona distinta; es decir, que para un mismo texto lo ideal sería contar con un corrector ortotipógrafico, por un lado, y un corrector de estilo, por el otro. Evidentemente, ni siquiera esto garantiza que un texto vaya a estar perfecto (a fin de cuentas, los correctores son personas, no dioses), pero lo que siempre garantizará son unos estándares de calidad que, si bien no tienen por qué alcanzar la perfección, sin duda pueden llegar a rozarla.

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