Ya lo dice el refranero español: «no juzgues un libro por su cubierta». O en otras palabras: «aunque la mona se vista de seda, mona se queda». Claro que vivimos en una sociedad eminentemente visual, donde las apariencias cobran una importancia ya no enorme, sino decisiva, y por eso tendemos a prejuzgar libros por su cubierta (a fin de cuentas, lo primero que nos entra por el ojo) y dar votos de confianzas a monas basándonos en la calidad de la seda que las viste.
Pero tiene cierto sentido, a poco que lo pensemos, pues las cubiertas no dejan de ser una carta de presentación. De modo que, si la cubierta está mal diseñada, ¿qué nos cabe esperar del contenido?
En la entrada de esta semana vamos a detenernos en algunos de esos errores garrafales que jamás deberían aparecer en una cubierta que se precie.
1. Título ilegible. Un fallo que puede cometerse por diversos motivos: desde escoger la tipografía menos conveniente (las fuentes góticas son siempre un campo de minas, pero no las únicas) hasta seleccionar el tamaño de letra inadecuado… o peor que peor: ¡una combinación de ambas!
2. Demasiadas tipografías. ¿Hay algo peor que escoger una tipografía inadecuada? Por supuesto: escoger varias tipografías inadecuadas. Una para el título, otra para el subtítulo, otra para el nombre de pila del autor, otra para sus apellidos, otra para la editorial y, ¿por qué no?, otra para la frase publicitaria. La receta infalible para que nuestro candidato a lector acabe con un dolor de cabeza monumental antes incluso de abrir el libro.
3. Faltas ortográficas. Este sí que es el error de errores (el horror de horrores) en cualquier portada. Esa tilde que falta, esa tilde que sobra, esa be donde debería ir una uve… Y, efectivamente, un error lo puede cometer cualquiera… ¡pero jamás en la cubierta!
4. Fuentes no contrastadas con el fondo. Se trata de un aspecto cromático tan fácil de asimilar y seguir que sorprende que algunas cubiertas no lo tengan en consideración: cuanto más oscuro es el fondo, más claras deberían ser las palabras de la cubierta (o viceversa), pues solo así se puede crear un contraste. Sencillo, ¿verdad?
5. Uso equivocado de las imágenes. La gama de meteduras de pata en este aspecto puede ser inabarcable: imágenes que nada tienen que ver con el contenido, pixeladas, apaisadas, de escasa calidad técnica, desproporcionadas, mutiladas… Y eso por no hablar de las imágenes con derechos de autor usadas sin permiso.
6. Exceso de recursos. En efecto, muchos programas de maquetación nos ofrecen infinidad de recursos y efectos de lo más resultones y tentadores… pero no nos vengamos arriba, tampoco es necesario usarlos todos al mismo tiempo. Que si reflejos, que si degradados, que si biseles, que si ornamentos, que si rellenos, que si más ornamentos, que si sombras… El exceso de recursos es a la portada lo que el exceso de fuentes al título: un espanto.
7. Alineación y jerarquía. Los elementos de la cubierta (título, autor, editorial, imagen…) deben disponerse en su superficie siguiendo una cierta alineación lógica, un orden prestablecido… No podemos ponerlos a lo loco “donde quepan” o “donde mole más». Además, siempre siguen una composición jerárquica que debemos observar, pues nos ofrece mucha información tanto para bien como para mal. Por excelente concepción que tenga de sí mismo un autor novel, quedaría raro que su nombre apareciese a mayor tamaño que el propio título del libro, como si fuera un superventas consolidado nivel Stephen King. Y Stephen King solo hay uno.
Así que ya sabes: si no quieres convertir la cubierta de tu libro en el museo de los horrores y en un infalible repelente de lectores potenciales, tan sencillo como no dejarla en manos de la intuición o del azar.