Del mismo modo que ocurre con tantas otras esferas de la vida, en la escritura no se entiende la eficacia sin una planificación previa. Se trata de un pequeño paso preliminar que, a la larga, nos ahorrará todo el tiempo que al principio nos puede haber quitado.
Quizá tengamos más o menos clara la idea general de lo que queremos escribir, pero, como un texto es siempre mucho más que una idea general, nuestra mente se convierte a la hora de la verdad en un mar alborotado con corrientes que van y vienen, impidiéndonos que esa idea se vertebre y ramifique como es debido. Cuando eso ocurre, la página en blanco puede erigirse como una fuerza muy intimidante, con independencia de si lo que queremos escribir es un correo electrónico, un relato corto o el acta de una reunión.
Ante todo, planificar consiste en reflexionar en torno al texto que queremos producir. Se trata de dar cierta forma y orientación a nuestras ideas, de definirlas esquemáticamente para calmar las aguas de ese mar embravecido que tenemos en la cabeza. Si un pintor boceta la obra pictórica que tiene en mente, y si un diseñador de moda boceta el vestido que quiere crear, ¿por qué debería ser distinto con quien pretende escribir un texto?
Hazte con unas fichas de cartulina, o abre un archivo de Excel, y prepárate para responder a las preguntas esenciales de todo boceto de escritura:
1. ¿Cuál es el tema principal? Sin duda, la cuestión más importante de todo texto, aunque no la única. Recuerda que conocer el tema principal te ayudará a llegar más adelante a los temas secundarios.
2. ¿Qué tipo de texto es? Tener bien predefinida la tipología te ayudará a averiguar qué estructuras clásicas existen para esa clase de texto (algo que salta muy a la vista en el caso de una carta, por ejemplo), el estilo más adecuado, los formalismos…
3. ¿Cuál será el receptor o lector tipo del texto? Concretar este punto también te permitirá centrar tu perspectiva, ajustar el trato, adoptar una voz específica… No olvides que el «para quién» es tan importante como el «qué» y el «para qué».
Una vez resueltos estos puntos principales, ya nos encontramos listos para el siguiente paso: definir el esquema del texto, su columna vertebral. O, dicho en otras palabras, elaborar la «hoja de ruta» que impedirá que nos perdamos entre divagaciones y circunloquios tan innecesarios como involuntarios. En definitiva, se trata de planificar lo que escribiremos en cada párrafo (o en cada apartado o capítulo, si se trata de un texto muy largo, como es el caso de una novela). Predefinir bien la introducción, el nudo o desarrollo y el desenlace o conclusiones nos permitirá tener mucho más clara y asentada la imagen global del texto, enfocar esa panorámica que tal vez en nuestra cabeza se veía demasiado borrosa.
Como es natural, estos bocetos, árboles de ideas y esquemas preliminares se complicarán o simplificarán de acuerdo con la complejidad o sencillez del texto en sí. No es lo mismo bosquejar para una nota de prensa (con tema, desarrollo y protagonistas bastante concretos, por lo general) que para una novela larga o un ensayo (donde estos elementos pueden llegar a complicarse muchísimo). Sea como sea, lo que hay que tener muy claro es que nos conviene dar este paso previo si pretendemos que nuestro texto sea eficaz.

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