De todos los elementos determinantes en una escritura eficaz, la puntuación es sin duda uno de los más importantes, quizá el más desatendido… ¡y, en cierto modo, el más “peligroso”! Importante porque nos permite llevar a cabo toda una serie de funciones elementales: delimitar frases, jerarquizar ideas, suprimir ambigüedades y, en definitiva, estructurar el texto de forma adecuada (por no hablar de su enorme ayuda a la hora de ir marcando inflexiones durante la lectura). Desatendida porque, tradicionalmente, se ha considerado casi un apartado “menor” dentro de la gramática, dada esa gran flexibilidad que muchos traducen de forma equivocada en “toda forma de puntuar es válida”. Y peligrosa debido a esa flexibilidad que acabamos de mencionar, que a veces lleva a pecar por exceso, otras por defecto y, las más, por pura y dura agramaticalidad, como sucede al cometer el tremendo error de confundir entonación y puntuación.
Todo esto se ha exacerbado de un tiempo a esta parte por culpa de las redes sociales, donde no solo existe cierta tendencia a puntuar mal, sino incluso a no puntuar. Responde con sinceridad: ¿cuántas veces has escrito por WhatsApp una pregunta sin abrir signo de interrogación, pero sí cerrando? Aunque deberíamos aclarar que el problema viene de largo y, si nos descuidamos, podríamos remontarnos a los dictados de nuestra infancia. Aquellos dictados en los que, con toda consideración hacia nuestras muñecas destrozadas de escribir, los maestros hacían pausas con entera libertad allí donde las reglas gramaticales lo prohíben. En consecuencia, tal vez se nos ocurrió interpretar determinadas pausas vocales como una vía libre a poner comas entre sujeto y predicado siempre que nos placiera, y para colmo guiados por un razonamiento tan poco fiable como “mi entonación así lo indica”. Por mucho que al leer en voz alta queramos marcar una pausa al final del sujeto en “Tanto mis hermanos como Susana y yo hemos decidido que no iremos”, debemos superar a toda costa la tentación de materializar esa pausa por escrito mediante una coma criminal (no es broma, así se llama popularmente a esta coma errónea entre sujeto y predicado).
Pero hay mucho más, si nos ponemos a afinar. Pues tan importante es saber introducir un signo de puntuación a tiempo como saber cuándo es mejor prescindir de él o dosificarlo. Los incisos entre paréntesis, entre comas o entre rayas pueden ayudarnos a introducir observaciones de cierto calado en medio del discurso, aislándolas para otorgarles cierto protagonismo dentro del texto e incluso aportando cierto toque de frescura y espontaneidad. Sin ir más lejos, en los párrafos superiores encontrarás incisos entre paréntesis. Uno por párrafo, de hecho. Pero ¿qué habría ocurrido si nos hubiésemos venido arriba integrando cuatro o cinco incisos de este tipo por párrafo? Ante todo, que el ritmo de lectura se habría visto muy resentido, ya que cada paréntesis marca una pausa y toda pausa afecta de manera directa a la fluidez. Y lo que es peor: quizá habríamos perdido la atención de los lectores, hartos de tanta interrupción.
Hasta tal extremo son importantes los signos de puntuación que, si incurrimos en un uso inadecuado, podemos volver ininteligible e irritante un texto, por muy bien planteado que estuviera en los demás aspectos. O incluso podemos llegar a cambiar su significado, como en aquella anécdota histórica (y falsa, en todo caso) según la cual el monarca Carlos V, a la hora de firmar una sentencia que rezaba “Perdón imposible, que cumpla su sentencia”, tuvo la deferencia de desplazar la coma y así transformar una sentencia de muerte en una sentencia de vida: “Perdón, imposible que cumpla su sentencia”.
Para puntuar de forma adecuada y correcta, lo primero que debemos conocer son las normas fundamentales que rigen el uso de los signos de puntuación, las cuales podemos encontrar con toda comodidad en el apartado específico que el Diccionario Panhispánico de Dudas dedica a los signos ortográficos. Partiendo de ahí, debemos tener en cuenta las características de nuestro texto para valorar qué es lo que le conviene… aparte de una rotunda gramaticalidad, claro.