Quizá suene a perogrullada, pero de poco nos sirven todos los esfuerzos que hayamos podido invertir en perfeccionar la eficacia de nuestra escritura si después la mandamos al traste con un texto abarrotado de errores gramaticales. Y ojo, porque la gramática presenta tantos recovecos que se te puede colar una metedura de pata con un simple parpadeo. Sin ir más lejos, el mes pasado dedicamos una entrada completa a uno de los errores más habituales en ese sentido: los de concordancia. Pero hay muchísimos más al acecho. Evidentemente, no vamos a dedicar la entrada de hoy a repasar de forma pormenorizada nuestra gramática, pero sí quisiéramos realizar unos breves apuntes sobre algunos de los errores que se cometen con más frecuencia.
• Ahí hay un “¡ay!”. Pues sí: cuántas veces nos habrá arrancado un quejido de dolor ver mal usadas estas palabras homófonas. Y, en realidad, qué sencillo es saber diferenciarlas (y, por tanto, usarlas de forma adecuada). Baste con recordar que “ahí” es un adverbio de lugar que indica proximidad respecto al hablante, “hay” es forma impersonal del verbo “haber” que expresa la existencia de algo y “¡ay!” es una interjección que denota tristeza, dolor o hartazgo (ante un error garrafal, en este caso).
• Por qué, porque y porqué. Otro trío de lo más controvertido debido a su homofonía. “Por qué” lo usamos para introducir oraciones interrogativas directas e indirectas (“¿Por qué me cuentas esto?”, “Yo no sé por qué me cuentas esto”). La conjunción “porque” introduce oraciones subordinadas causales y respuestas a las preguntas introducidas por “por qué” (“Te lo explico porque quiero que aprendas”). Y el sustantivo masculino “porqué” equivale a causa, motivo o razón, y suele ir precedido de artículo o posesivo (“Ahí tienes el porqué de mis explicaciones”).
• Hecho y echo. Y seguimos viendo cómo las homofonías las carga el diablo… Podríamos extendernos explicando las diferencias matizadas entre estas dos palabras, pero, “de hecho”, en el colegio nos daban una pista muy sencilla e infalible para distinguirlas: “En el verbo ‘echar’, lo primero que echo es la hache”. Pues eso.
• La coma criminal. Con este simpático nombre denominamos esa coma que se ubica de forma innecesaria (e incorrecta) directamente entre sujeto y verbo, o entre verbo y objeto, y que en realidad se corresponde con una pausa que a menudo sí hacemos de en el habla sin mayores problemas. Por ejemplo, cuando decimos “Sacar a pasear al perro, es mi rutina a primera hora de la mañana”, cuya coma entre sujeto (“Sacar a pasear al perro”) y verbo (“es”) no pinta nada ahí.
• Uso incorrecto (o poco recomendable) de las preposiciones. ¿A que a menudo has tenido dificultades para decidir la preposición exacta? O peor: ¿y si te decimos que a menudo la has usado de forma consciente pero incorrecta (o, por lo menos, poco recomendada)? Es lo que ocurre, por ejemplo, con el galicismo “a + infinitivo” en expresiones como “medidas a tomar” (cuando, en realidad, deberíamos decir “medidas que tomar”). También presenta problemas la extendidísima expresión “en base a”, que en realidad conviene evitar en favor de “con base en” o basándose en”.
• Dequeísmos y queísmos. En cierto modo, ambos fenómenos podrían considerarse consecuencias del punto anterior. Por su culpa leemos expresiones como “pues resulta de que no te creo” (dequeísmo producido al usarse “de que” donde debería ser, sencillamente, “que”: “resulta que no te creo”) y “acuérdate que tienes que ir a la compra” (queísmo que transforma en “que” lo que debería haber sido “de que”: “acuérdate de que tienes que ir a la compra”).
• Laísmo y leísmo. El laísmo consiste en utilizar “la” como complemento indirecto cuando en realidad deberíamos haber usado “le” para tal función. Por ejemplo, la oración “A mi madre la voy a regalar un detallito precioso” (aunque se refiera al género femenino, debemos emplear “le”). Respecto al leísmo, se trata del proceso inverso, es decir, el que se produce al sustituir los complementos directos “lo” o “la” por el “le” que debería utilizarse tan solo para complementos indirectos. Ejemplos: “A mi hermana le recompensaron con un bono especial” (debería haber sido “la recompensaron”) o “Sé por dónde aparqué el coche, más o menos, pero no le encuentro” (debería haber sido “lo encuentro”). Por supuesto, hay muchísimos matices y excepciones, pero para ahondar en ellos te emplazamos mejor a que visites el Diccionario Panhispánico de Dudas.
• Días y meses en mayúscula. Se trata de un calco erróneo (del inglés, posiblemente, donde sí es correcto). En cambio, el español exige que tanto los días de la semana como los meses del año se escriban con minúscula inicial (“los lunes”, “el próximo enero”), salvo en aquellos casos donde la gramática sí exige mayúscula, como a principio de frase (“Diciembre es un mes que me encanta”).
• Gerundio de posterioridad. Muchos lo utilizan sin cortapisas porque lo han visto a menudo en prensa (como si ver lo que sea en prensa fuese garantía de algo…). Pero se trata de un uso erróneo, derivado de emplear un gerundio para expresar ya no simultaneidad, por ejemplo, sino una acción que sucede como consecuencia de otra. Lo observamos en un titular del calibre de “Se produjo un derrumbamiento, muriendo varias personas”. A no ser que el derrumbamiento y las muertes de produjeran de forma absolutamente simultánea (¡que ya sería casualidad!), deberíamos haber dicho “Se produjo un derrumbamiento que resultó en varios fallecidos”, por ejemplo.
• Añadir una “-s” final a los verbos en segunda persona singular del pretérito imperfecto. Uno de esos errores tan insidiosos que se han deslizado de forma inadvertida incluso en textos, por lo demás, bastante pulidos. Nos referimos, por ejemplo, a ese “Tú afirmastes” que debería haber sido “Tú afirmaste”. Uso incorrecto y censurable que nos puede hacer quedar como unos catetos consumados.
Insistimos: con esta entrada no hemos hecho más que una selección de algunos de los casos más frecuentes. Pero nos hemos quedado cortos, como te puedes figurar. Hay muchos más casos, quizá no tan comunes pero igualmente posibles. Así que mucho cuidado con esos errores gramaticales que no hacen más que generar interferencias, un ruido molesto que impide que tu escritura sea todo lo eficaz que habías soñado.