Pocos negarán que Internet ha originado la sociedad más informada del mundo. O, al menos, la que más información tiene al alcance de un solo clic. De hecho, es tan ingente la cantidad de datos disponibles que, más a menudo de lo que nos gustaría, esa sociedad tan informada es también la más desinformada.
Seguro que sabes por dónde vamos. A poco que uses Internet, te habrás percatado de que hay una palabra que se repite mucho de un tiempo a esta parte: “bulos”. Acusaciones de bulos, desmentidos de bulos, memes o supuestas noticias que se toman por verdad cuando en realidad son bulos… De hecho, incluso ya existen webs que se dedican a desmontar y explicar con datos contrastados los bulos que campan a sus anchas por la red.
Pero ¿a qué se debe esta proliferación de las falsas noticias y los datos engañosos? ¿Qué motivos ocultos subyacen? Desde luego, no es este el espacio adecuado para dar respuesta a estas preguntas. Pero quizá sí podríamos señalar qué provoca dicha proliferación: una sociedad más confundida y polarizada, más irritada e irreflexiva, menos empática. Aunque no te estamos contando nada nuevo, nada que no hayas observado desde hace tiempo en las interacciones en redes sociales. Tal vez incluso tú hayas caído en ello de vez en cuando: respuestas tajantes y sarcásticas, conversaciones que van subiendo de tono hasta que, con el primer exabrupto y casi sin darte cuenta, se transforman en una discusión acalorada (que, posiblemente, ni siquiera habría tenido lugar cara a cara con la otra persona y ante una cerveza o refresco).
Es normal. Si lo pensamos, la historia de Internet es bastante breve por ahora. Y la de las redes sociales, para qué te vamos a contar. Vale, ya hay toda una generación de nativos digitales (si antes se nacía con un pan bajo el brazo, ahora es con un “iPhone”), pero lo cierto es que, hoy por hoy, somos muchas más las personas que nos criamos en un mundo analógico. Personas para quienes estos dos inventos (Internet y las redes sociales) son algo que irrumpió en nuestras vidas no solo para quedarse en ellas, sino para casi secuestrarlas en ciertos casos. Porque el mundo digital tiene una influencia innegable en gran parte de la ciudadanía, y nuestra convivencia con él (y en él) es tan reciente que aún estamos viendo cómo gestionar la avalancha de emociones a veces extremas, y no siempre positivas, que nos provoca.
Por eso, para paliar este asunto, se comienza a hablar de la “alfabetización mediática e informacional” (AMI), término que describe el proceso por el cual las personas aprendemos habilidades y capacidades cognitivas, éticas, técnicas, sociales, cívicas y creativas para desenvolvernos de forma eficaz en los medios actuales, producir contenido de forma sana y entender de manera mucho más crítica la información que nos llega. En líneas generales, el objetivo consiste en adquirir las herramientas necesarias para aprovechar las ventajas que nos brindan estos nuevos entornos comunicativos, pero también tomar conciencia de los riesgos que llevan aparejados, así como de los métodos necesarios para gestionar dichos riesgos.
Incluso la UNESCO, conocedora de este problema, apoya de forma muy activa el desarrollo de la alfabetización mediática e informacional y las competencias digitales para el conjunto de la ciudadanía a nivel global. Por eso ha creado un espléndido recurso: el libro gratuito “Ciudadanía alfabetizada en medios e información: pensar críticamente, hacer clic sabiamente”, donde explica en profundidad por qué es importante la formación continua de las personas, sin importar su edad o condición, en el uso y acceso tanto de la información como de las herramientas digitales.
En definitiva, es un modo de aprender a movernos en los entornos digitales de forma responsable y cabal, cívica y madura. No solo como consumidores de contenido, sino también como creadores de este (y ojo: con creadores de contenido no nos referimos necesariamente a abrirse un canal de YouTube o una cuenta de TikTok —que también—, pues una respuesta amenazadora en Facebook o el retuiteo de un bulo malintencionado los podemos considerar también creación de contenido). La AMI es, en fin, un modo de separar el grano y la paja, o la verdad y el bulo. En definitiva, un modo de comportarnos “como personas civilizadas y racionales”, por nuestro bien y el de los demás, que en el fondo es de lo que se trata. Aunque no le estemos viendo la cara a nuestro interlocutor ante un refresco en el bar de la esquina.