Si te gusta escribir e intentas hacerlo de forma más o menos «seria» (por no decir «profesional», sobre todo debido a la carga que a veces tiene este adjetivo), seguro que estás familiarizado con la figura del «lector beta». Y si no lo estás, toma nota, pues quizá te sea de mucha utilidad.
Llamamos lectores beta a esas personas que se encargan de leer un manuscrito antes siquiera de que se lo envíes a una editorial (y, por supuesto, mucho antes de que se edite). Personas que, en su calidad como lectoras «privilegiadas», tratan de dar su opinión sincera sobre lo que consideran que funciona o no en el texto: tanto en cuanto a agujeros en la trama como en cuanto a dibujo de personajes, verosimilitud de situaciones y diálogos e incluso posibles erratas ortotipográficas.
Así, a partir de las valoraciones de dichos lectores, el autor decidirá qué consejos tomar en consideración y aplicarlos al manuscrito para pulirlo lo máximo posible antes de presentarlo como un producto aparentemente concluido (y decimos «aparentemente» porque, por supuesto, la última palabra no la tienen los lectores beta, sino las editoriales).
Hay muy diversas personas que pueden hacer las funciones de lectores beta: desde algún familiar o amigo hasta perfiles quizá un tanto más profesionales. Por supuesto, de ti depende pedírselo a unos o a otros. Si te hueles que ese familiar o amigo va a ser demasiado suave con sus comentarios porque teme herirte, tal vez lo mejor sea recurrir a alguien con quien sabes que no vas a tener ese problema. En tal caso, un lector beta profesional es la elección idónea (aunque, seguramente, también la menos económica). Por otro lado, si tu libro va dirigido a un lector objetivo muy similar a, pongamos, tu madre, quizá su opinión te venga de perlas para determinar hasta qué punto has dado en la diana (eso, claro está, siempre y cuando logres hacer que separe el amor de madre y la objetividad de lectora).
Dicho esto, ¿de verdad son tan útiles los lectores beta? A priori, sí, y mucho. Ten en cuenta que, después de pasarte equis tiempo trabajando en tu libro, escribiendo y reescribiendo, revisando y puliendo, llega un momento en el que, con toda probabilidad, ya haya cosas que te pasen desapercibidas. De igual manera que, cuando te pasas demasiado rato con la mirada fija en un punto concreto, casi acabas perdiendo la perspectiva del objeto e incluso de todo lo que lo rodea. A menudo hemos dicho en este blog que un escritor raramente es el mejor revisor de su propio manuscrito, ¿cierto? Pues bien, del mismo modo, un escritor raramente es su mejor lector beta. Cuatro ojos siempre ven mejor que dos, como se suele decir.
Ahora bien, tampoco te pases echándole ojos a la ecuación. O, como también se suele decir, demasiados cocineros arruinan el caldo. Quizá uno o dos lectores beta te ayuden a mejorar tu manuscrito, pero tampoco caigas en una espiral de lectores beta donde vuelves a perder la perspectiva de la obra (esta vez, por otras razones). No olvides que la fórmula infalible para no contentar a nadie es intentar contentar a todo el mundo. Así pues, intenta separar el grano de la paja y quedarte tan solo con aquellos apuntes que de verdad creas que pueden mejorar tu manuscrito, aquellos que te convenzan de forma muy pura y meditada. Escucha lo que tienen que decirte los demás, cómo no (de eso se trata, al fin y al cabo), pero no hagas oídos sordos a tu intuición. A fin de cuentas, los lectores beta no dejan de ser personas, y su opinión puede estar tan sesgada y ser tan subjetiva como la que más, incluso cuando no lo parece.