Todos tenemos una idea bastante clara de lo que significa traducir, pero desde hace tiempo hay una actividad vinculada que ha adquirido cada vez mayor fuerza (y que, sin duda, se conoce menos): localizar. Así pues, ¿qué significa exactamente este término? De acuerdo con la Asociación de Estándares del Sector de la Localización (LISA), consiste en llevar a cabo determinadas modificaciones o adaptaciones en un producto o servicio original para adecuarlo a las particularidades del mercado específico donde se desea comercializar.
Por lo tanto, no basta con traducir, que ya de por sí tiene sus complicaciones, sino que además deben observarse ciertos aspectos culturales e incluso funcionales y técnicos. Es algo que vemos a menudo en los productos multimedia (traducciones de software, videojuegos y páginas web, por ejemplo), aunque también en muchos otros.
En el aspecto cultural, la localización puede ir desde adaptar elementos que simplemente pueden llevar a confusión (por ejemplo, el uso de los colores, pues no siempre significan lo mismo en todos los países) hasta adaptar otros detalles aparentemente inocuos que, sin embargo, pueden desembocar en errores mucho más serios e incluso ofensivos (aquí entran temas religiosos, políticos, históricos…).
Si en un texto castellano decimos que algo era “negro como ropajes de luto”, al localizarlo para mercados orientales no podemos mantener intacto el símil, ya que allí el color del luto es… ¡el blanco! ¿Te imaginas la cara de un lector japonés si el texto le llegara con el símil cromático intacto?
Pero, ojo, porque las implicaciones pueden ser más peliagudas aún si, por ejemplo, el rudo héroe de un videojuego estadounidense se llama Franco. Puede que en la cultura anglosajona un nombre así les remita al apuesto actor James Franco, pero obsta señalar que en la cultura española el nombre Franco quizá tendría unas resonancias distintas. Unas resonancias más… llamémoslas incómodas.
En cuanto al aspecto técnico, existen diversas variables que entran en juego cuando estamos localizando: desde la dirección de la escritura (en un país árabe, habría que tener en cuenta que sus destinatarios leerán los textos de derecha a izquierda, al contrario de nosotros) hasta la limitación del espacio (el japonés necesita muchos más caracteres para expresar la misma información que un texto en inglés, lo cual exige abreviar si existe espacio limitado, como puede ocurrir en el subtitulado de un videojuego). Por lo que respecta a esto último, y aunque obviamente se trata de una exageración con tal vez más implicaciones, recordemos aquella simpática escena de la película “Lost in Translation” donde el personaje interpretado por Bill Murray recibe unas larguísimas indicaciones en japonés por parte del director del anuncio que está rodando. La traductora le dice a Murray: “Quiere que se gire y mire a cámara, ¿de acuerdo?”. A lo que un sorprendido Murray solo acierta a responder: “¿En serio ha dicho solamente eso?”.
A decir verdad, llevar a cabo un buen trabajo de localización no es nada sencillo, y alcanzar un cierto equilibrio, uno que no peque ni por exceso ni por defecto, puede resultar en auténtico encaje de bolillos. ¿Qué significa esto? Que no cualquier referencia humorística en un texto islandés o ruso, por ajena e incomprensible que le resulte al público español, puede saldarse tranquilamente con dos frases del popular humorista Chiquito de la Calzada. No si queremos evitar que rompan por completo el tono del texto que se está localizando.