El DRAE define el sustantivo “paradoja” como un “hecho o expresión aparentemente contrarios a la lógica”. Y, dado que por lo visto la definición les ha quedado quizá un poco abstracta, en la lista de sinónimos afinan ofreciéndonos algunos que tal vez despejen (o no) posibles dudas: “contradicción, contrasentido, absurdo, disparate”.
Sea como sea, estamos seguros de que no es la primera vez que te topas con esta palabra. Todos hemos oído hablar de paradojas matemáticas, paradojas filosóficas… o, si te gusta la ciencia ficción, las inevitables paradojas temporales. El propio “gato de Schrödinger” puede interpretarse como una paradoja, pues está vivo y muerto a la vez: mientras no se abra la caja sellada en la que permanece a merced de que se active una partícula radiactiva, existe a caballo entre ambos estados. Mientras no comprobemos con nuestros propios ojos su situación real, hay un 50 % de posibilidades de que esté vivo y un 50 % de que esté fiambre. O, dicho de otro modo, está vivito (y coleando) a la vez que muerto…, pero solo mientras no abramos la caja y nuestros ojos decanten la balanza.
Sí, suena a pasaje de “Cementerio de animales” (Stephen King), pero ¿y si te decimos que también existen las paradojas gramaticales? ¿Y si te decimos que, como si de un gato de Schrödinger lingüístico se tratara, hay una palabra que existe tan solo mientras la pronunciemos, ya que es imposible escribirla? ¿Cómo te quedas? Al borde del colapso, lo sabemos. De hecho, la propia Fundéu admite que se trata de “una excepción en el sistema ortográfico insólita e inexistente en otras lenguas: la de una palabra que no se puede escribir». Si es que “Spain is different” hasta para eso.
Pero ¿cuál es esa palabra? Pues nada más y nada menos que… Bueno, casi mejor que escribirla, vamos a explicártela, pues el mero hecho de intentar redactarla haría que se autodestruyera (y quizá sacara al Gran Cthulhu de las profundidades del océano, vete tú a saber).
La palabra paradójica en cuestión es una forma imperativa del verbo “salir”. En concreto, la que se forma cuando la forma verbal “sal” lleva soldado el pronombre enclítico “-le”, es decir, algo así como “sal-le”* (nos faltan comillas, cursivas y asteriscos para resaltar el cisma gramatical que se ha producido tras haber intentado escribir la palabrita de marras). Por ejemplo, cuando le pedimos a alguien que le salga al paso a otra persona para detenerla:
“No me cuentes historias: ‘sal-le’* al paso y evita que se vaya”.
Si lees la palabra en voz alta, verás que tan complicado no es: a la palabra “sal”, le agregas “le” y formas otra donde la mayor complicación es esa ele duplicada, que a la hora de pronunciar solventas alargando un poco una ele sencilla.
Pero ¿por qué no podemos escribirla? Pues, básicamente, por las actuales normas ortográficas, pues aquí lo que nos pediría el cuerpo (y la norma) es que por escrito uniéramos “sal” y “le” en la palabra “salle”. Al igual que al unir “mira” y “le” nos sale “mírale”. Pero, claro, en el caso que nos ocupa, si existiera la palabra “salle”, se tendría que pronunciar con una elle, como en “calle”, “falle” o “talle”, así que seguiría sin existir por escrito ese “sal-le”* pronunciado.
De acuerdo, ya sabemos lo que estás pensando: ¿pero no podemos escribirla como “sal-le” o “sal.le”? Pues no, porque nuestra gramática tampoco lo permite. De hecho, la propia RAE lo deja bastante claro:
“Este sería el único caso en el que aparecerían dentro de una palabra española dos eles contiguas, cada una de ellas perteneciente a una sílaba diferente, secuencia fónica cuya representación se halla bloqueada en nuestro sistema gráfico, puesto que concurriría con el dígrafo ll, que solo admite interpretarse como el fonema palatal lateral sonoro /ʎ/ —o, más comúnmente, debido al fenómeno del yeísmo, el palatal central sonoro /y/—”.
Así que no le des más vueltas, pues lo que hay es lo que hay: una perturbación en la Fuerza, un fallo en la Matrix de nuestro sistema lingüístico. Y, desde luego, también una curiosidad de lo más interesante.