¿A qué llamamos “muletillas”? Ante todo, a lo que usan los gnomos para caminar cuando se rompen una pierna. Bueno, chistes (pésimos) aparte, el DRAE afirma que una muletilla es una “voz o frase que alguien repite mucho por hábito”. Sin ir más lejos, ya en este primer párrafo tenemos dos expresiones que, a base de usarlas compulsivamente, podrían convertirse en carne de muletilla: “ante todo” y “bueno”. De hecho, también ese “sin ir más lejos” que acabamos de usar podría amenazar en convertirse en muletilla. Al igual que ese “De hecho” que acabamos de utilizar, por cierto (y no nos hagáis decir nada de este último “por cierto”, pues no acabaríamos ni en un mes…).
Lo que la RAE no explica en esa entrada es el motivo de las muletillas. A veces la usamos de forma más o menos consciente para reforzar un significado, subrayar un punto de vista o enlazar ideas. Otras, nos salen sin que nos demos cuenta siquiera, como meros “rellenos” textuales (y, quizá más a menudo, conversacionales) carentes de significado, cuando no tenemos muy claro lo que vamos a decir o cómo decirlo y buscamos un modo de llenar el silencio mientras ganamos tiempo.
Si relees algún texto que has escrito, quizá las muletillas no te salten a la vista con una enorme facilidad. En cambio, si te pones a hablar sin cortapisas en una grabadora y después te escuchas con mucha atención, te aseguramos que la experiencia va a ser bastante más directa. Insufriblemente directa. Poco a poco, comenzarás a detectar palabras que quizá repites más de la cuenta. Es muy probable que de pronto veas tu discurso plagado de esas calorías huecas en forma de “eh…”, “esto…”, “pues…”, “bien…”, “vale…” o “pero ojo”. Muletillas que ni siquiera eras consciente de tener y que te acabarán taladrando los oídos cada vez que surjan.
Qué apuro, ¿verdad? Si te sirve de consuelo, te diremos que no te ocurre solo a ti. Muchísima gente recurre a muletillas, sabiéndolo o no. Y usarlas no es un pecado capital (a fin de cuentas, las palabras están para usarlas); el problema viene cuando abusas de ellas y se te ve el plumero, pues dan una imagen de ti como alguien poco recursivo y bastante descuidado a la hora de articular un discurso.
Suponemos que a estas alturas ya te habrá quedado clara nuestra primera recomendación: que identifiques cuáles son esas muletillas que más repites, las que a fuerza de escucharlas en una o varias grabaciones tuyas (o leerlas en uno o varios textos que hayas firmado) te producen dentera cada vez que aparecen.
El siguiente paso es qué hacer con ellas, por supuesto. Y aquí cada maestrillo tiene su librillo. Habrá quien te recomiende que jamás de los jamases uses ningún tipo de muletilla, porque son el cáncer del idioma. Nosotros te proponemos otras dos opciones: o bien suprimirlas de forma tajante, lo cual te recomendaríamos para aquellas que no aportan absolutamente nada y que son la caloría más hueca que te puedes echar al organismo; o bien moderarlas y combinarlas con otras expresiones que den más variedad a tu discurso, en el caso de muletillas que sí puedan aportar “algo” (recuerda: aquellas que subrayen, refuercen o conecten de un modo u otro, como comentábamos más arriba).
¿Hasta qué punto es fácil poner en práctica estas soluciones? En el caso de un texto escrito diríamos que bastante: tómate tu tiempo, reléelo, pon en marcha el ojo avizor y modera lo que debas moderar o suprime lo que debas suprimir. En el caso de un discurso oral tal vez el asunto se enrede un poco más, sobre todo si tienes oyentes y nervios, pues en cierto modo haces las cosas sobre la marcha, pero en ese caso te aconsejaríamos que no tengas miedo de los silencios (moderados), ni de hacer breves pausas si lo necesitas para retomar el hilo u organizarte un poco. Siempre son mejores unas cuantas pausas bien dosificadas que el enésimo “bien” o “pues” abriendo una oración.