¿Te rasgaste las vestiduras cuando a la RAE le dio por prohibir tajantemente el uso de la tilde en el adverbio “sólo”, cuando aceptó hace poco como correcta la palabra “almóndiga” o cuando incluyó en el diccionario la palabra “cocreta”? Pues toma aire y ponte a la cola, porque está abarrotada y no hay sombra.
Eso sí, habría que hacer aquí unas precisiones. Para empezar, a la RAE no “le dio por” prohibir tajantemente esa tilde de “sólo”, sino que se limitó a reajustar su uso a las reglas generales de acentuación (que nos guste más o menos ese reajuste, según lo nostálgicos o no que seamos, ya es otro tema). Tampoco es muy fiel a la realidad que digamos que aceptó hace poco como correcta la palabra “almóndiga”, cuando aquí hay un doble error: no fue aceptada “hace poco” (de hecho, la propia RAE aclara que se incluyó en el diccionario desde nada menos que 1726) y en realidad no la considera de uso correcto (más bien un vulgarismo en desuso que, además, desaconseja). Y acabamos con nuestra favorita: la leyenda urbana de que en el DRAE se ha incluido (¡horror!) la palabra “cocreta” (aviso de destripe: no, jamás la incluyó).
Sea como sea, está claro que nuestra ¿querida? academia es un blanco constante de polémicas y objeciones. Y dado que nadie nos paga, precisamente, para hacer de abogados del diablo, tampoco somos nosotros quiénes para asumir ese papel de buen grado, claro. Pero sí nos gustaría (y más en estos tiempos de linchamientos gratuitos en redes, a veces por pura desinformación) apostar un poco por tomar aire, contar hasta diez, espirar, informarnos un poco antes de sacar las antorchas… y, ya si eso, quejarnos.
No tenemos la más remota idea de si, cuando la RAE aceptó como españolizados los términos “tenis” (en vez del inglés “tennis”) o “coñac” (en vez del francés “cognac”), los antiguos usuarios de nuestra lengua quisieron lanzarse en masa desde un campanario, como sucedió con los modernos usuarios que querían enterrarse vivos tras introducirse en el DRAE la palabra “güisqui”, por ejemplo (sí, sabemos que te da dentera leerla). Cómo olvidarlo, ¿verdad? Pues, aunque el anglicismo “whisky” sigue contemplado en nuestro diccionario con su correspondiente cursiva por ser un vocablo inglés crudo, aún resuenan los clamores de espanto colectivo ante la inclusión de su voz adaptada al español. Y, en realidad, la operación no difiere tantísimo de lo que se hizo en su día con “tenis” o “coñac”. ¿A qué se debe, pues, esta polémica? ¿Quizá el inglés nos produce hoy más pavoroso respeto del que producía a nuestros antepasados? ¿O tal vez se está equivocando la RAE al forzar decisiones que hoy en día nos suenan de lo más raras?
Insistimos: no estamos aquí para defender al diablo. Ni para determinar el sexo de los ángeles, ya que nos ponemos bíblicos. Esto es más bien una invitación a repensar las cosas con cierta perspectiva. Y a recordar que nuestra lengua es algo vivo, que cambia y se redefine muy rápido. A menudo, eso sí, bastante más rápido de lo que tarda en reaccionar la RAE, que sigue empeñada, por ejemplo, en no recoger ni de broma la palabra “bizarro” con la acepción de “raro, extravagante” (pese a que en la actualidad es, de lejos, muchísimo más usada a pie de calle que las dos únicas acepciones que constan en el diccionario, y que no sería de extrañar que ya solo use Pérez Reverte).