La literatura no es una actividad para débiles de corazón. Y con esto no nos referimos al hecho de leer (aunque a veces también lo sea), sino al de escribir. Sí, lo sabemos: mucha gente ha comenzado su andadura literaria sin poner en ella muchas expectativas, por mero entretenimiento o, en el peor de los casos, para sacarse de dentro cosillas que tenía guardadas, porque a veces es más barato volcarlas en unas hojas de papel que pagarte un psicólogo.
Pero ¿qué ocurre cuando das un pasito más allá, te tomas con cierta seriedad «profesional» la actividad creativa y te generas ciertas expectativas que van más allá del cajón de tu casa o más allá del escritorio de tu ordenador? ¿Qué pasa cuando decides que quizá no estaría mal publicar esa novela, esa colección de relatos o ese poemario? Pues que quizá te lances a enviar tu obra a varias editoriales y, con suerte, comiences a acumular negativas (insistimos: con suerte, pues no siempre se obtiene respuesta, dada la ingente cantidad de propuestas que reciben).
Y, claro, entonces el desaliento te cae encima como una jarra de agua fría. Que si a lo mejor yo no sirvo para esto, que si está claro que mi obra es una basura… Son pensamientos muy humanos, de acuerdo, pero tampoco prestes demasiada atención a esa vocecilla interna. A veces, las negativas no tienen nada que ver contigo ni con tu obra. O, por lo menos, no tienen que verlo absolutamente todo.
Puede que a la editorial en cuestión ya no le interese ese tipo de historia porque últimamente ha publicado demasiadas con un corte similar. O por lo opuesto, es decir, porque no encaja para nada en su línea editorial. O porque el tema ha estado tan de moda en el mercado que ya ha empezado a pasar de moda. O por todo lo contrario: porque tocas un tema tan inesperado y rompedor que les pareces demasiado arriesgado, así que no se atreven a invertir en ti, que para colmo eres una autora novel muerta de hambre a la que solo conocen en su casa.
Hay decenas de posibles razones. Pero, si publicar es tu sueño, no creemos que recibir un puñado de noes sea una razón de peso para que tires la toalla. De hecho, te sorprendería la cantidad de escritores y escritoras famosos a los que han cerrado la puerta en las narices. Es más, seguro que te quedas a cuadros de saber las obras inmortales y de lo más populares que recibieron una negativa tras otra hasta que por fin consiguieron su pedacito del pastel. ¿Quieres saber cuáles?
LOLITA: No es la primera vez que mencionamos en este blog la novela de Vladimir Nabokov, aunque bien pudo no haberse publicado nunca, pues diversos editores la rechazaron, por considerarla una obra sucia e indecorosa que les parecía casi un canto a la pedofilia. Fue en 1955 (dos años después de que finalizara su escritura) cuando el sello parisino The Olympia Press logró ver su calidad literaria y se lanzó a publicarla.
ULISES: Debe de ser muy duro que alguien considere tu novela como una obra carente de la calidad suficiente como para publicarla. Pero más duro debe de ser que quien considere eso sean dos editores llamados Virginia y Leonard Woolf. Pues ya ves, a un rechazo de ese calibre tuvo que enfrentarse James Joyce cuando les presentó el que muchos consideran el mejor libro del siglo XX. Y tú llorando porque has recibido un e-mail que dice «Gracias por su propuesta, pero en estos momentos no admitimos más originales».
CARRIE: Y seguimos con otro título basado en un simple nombre de pila. Pero de simple nada, porque hablamos de Stephen King. Y su caso es alucinante, porque se trata de una novela de espectacular andadura comercial pero cuyo potencial nadie supo ver. El propio King explica de forma muy gráfica en su ensayo «Mientras escribo» la historia de sus rechazos (en concreto, más de treinta, cada uno con argumentos distintos a los anteriores), hasta que por fin la editorial Doubleday se lanzó a la aventura de publicarlo.
LA CONJURA DE LOS NECIOS: Sin duda, uno de los casos más tristes, pues su autor, el estadounidense John Kennedy Toole, llegó a suicidarse con solo treinta y dos años de edad, cansado de acumular rechazos editoriales a aquella obra que acabaría obteniendo un Pulitzer póstumo. Cierto que Toole padecía esquizofrenia paranoica, pero, cuando alguien solo ve sentido a su vida en la escritura, como era el caso, encajar negativas y más negativas no debe de ayudar. Fue su madre quien, tras el fallecimiento de este, decidió seguir llamando a puertas (otras ocho distintas, en concreto, con sus respectivos noes), hasta que en 1980 (más de diez años después de la muerte de su hijo) logró que LSU Press sacara una modesta tirada de tres mil ejemplares.
EL SILMARILION: A toro pasado, quizá sorprenda que un autor superventas como J. R. R. Tolkien tuviera inseguridades. Pero las tenía, y muchas, hasta el punto de que ni siquiera estaba seguro de querer publicar «El hobbit», que consideraba demasiado infantil. Al final lo hizo, y tras este llegó su mítica trilogía «El Señor de los Anillos» (de la que tampoco estaba demasiado convencido). Cuando por fin se atrevió a publicar algo por su propio pie, sin que nadie lo azuzara, fue «Quenta Silmarillion», que diversas editoriales rechazaron por considerarla demasiado densa. Aquello supuso la estocada final a la autoestima del autor y, de hecho, fue su hijo Christopher quien se empeñó en publicarla de forma póstuma.
HARRY POTTER Y LA PIEDRA FILOSOFAL: Y cerramos con otro libro de fantasía británica. De hecho, uno de los casos más célebres de superventas que no le interesaba a nadie. Nos referimos a la primera parte de las aventuras del famoso aprendiz de mago, que recibió el rechazo de doce editoriales (pocas nos parecen, también te decimos, comparadas con las treinta de «Carrie» o las treinta y ocho de «Lo que el viento se llevó»). Finalmente, fue la hija pequeña de Nigel Newton, editor de Bloomsbury Publishings, quien quedó fascinada con aquel manuscrito de cuya primera página ni se había molestado en pasar su padre. Al final, este decidió publicarlo casi como un favor, por una cantidad simbólica y con una ridícula tirada de ejemplares. Y se tuvo que comer con patatas sus palabras, como bien sabemos. Pero bien a gusto que las deglutió.
Y hasta aquí nuestra lista. Que, insistimos, es una mera muestra, pues en realidad hay muchos más ejemplos: los poemas de la mítica Sylvia Plath (rechazados nada menos que por el editor de «The New Yorker»), «El señor de las moscas» de William Golding (rechazada casi veinte veces)… Vamos, que la cosa nos daría como para una segunda parte, si nos apuras. E incluso para una tercera. Así que, cuando recibas tu siguiente rechazo, acuérdate de esta entrada. Será un triste «consuelo», pero ya ves que no «de tontos».

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