Liso, rizado, ondulado, frondoso, cortito… Hay muchas modalidades de cabello, eso está claro. Como también lo está que, por lo general, a todos nos gusta tener uno lo bastante fuerte, brillante y lleno de vida. Decenas de anuncios de champú no pueden estar equivocados, ¿verdad? Y si hace falta echar mano de unas buenas extensiones, ¿por qué no? O incluso de una buena peluca, si se nos apura. Un señor pelucón también tiene su dignidad, sobre todo si cualitativamente es intachable.
Ahora bien, la línea roja parece encontrarse en esa especie de primo tonto del pelucón que es, en efecto, el peluquín. El DRAE define este último como una “peluca pequeña o que solo cubre parte de la cabeza”. Una descripción bastante neutra, sí. Pero recordemos que en el imaginario colectivo lo tenemos asociado más bien al triste complemento capilar que lucían Alfredo Landa en “No desearás al vecino del quinto” o José Luis López Vázquez en “Mi marido y sus complejos”. Tan triste que costaba aplicarles el apelativo “dignos” a aquellas dos ratas muertas que, desde luego, nadie podía tomar por cabello verdadero.
Quizá por eso no sea tan de extrañar que casi hayamos desterrado los peluquines ya no solo de la vida y de la calle, sino incluso de nuestras conversaciones. Hoy preferimos decir escuetas expresiones como “De eso nada”, “Ni hablar”, “Ni de broma” o “Ni de coña” en vez de la gloriosa (y sinónima) “¡Ni hablar del peluquín!”. Seguro que algunos de nuestros lectores hacía mucho tiempo que no la veíais escrita. Y quizá otros ni la conocíais.
Pero el caso es que se trata de una frase hecha que deberíamos recuperar (aunque sea de vez en cuando) si queremos expresar de forma rotunda nuestro desacuerdo frente a algo, negarnos a hacer algo o rehusar mantener cierta conversación.
Dicho lo cual, ¿de dónde procede tan peculiar modismo? Como suele ocurrir en estos casos, no podemos afirmarlo con absoluta certeza, pero lo que sí podemos es averiguar cuándo se documentó su primer uso por escrito (que puede o no coincidir con su primer uso): en la comedia musical española “Canelita en rama”, de Antonio Guzmán Merino, que se estrenó en 1943. En ella, un señor que lleva encasquetado en la cabeza un más que evidente peluquín aspira a casarse con una joven. La madre de esta le advierte que se abstenga de ridiculizarlo, ya que el caballero viene con buenas intenciones, y que por supuesto no haga la menor mención al tremendo peluquín que lleva.
Y todo ello queda condensado dentro de la obra en una canción que lleva el mismo título que la frase hecha, cuya simpática letra transcribimos parcialmente:

La cabeza como un huevo
tenía don Valentín
¡Ay, mi don Valentín!,
¡Ay, mi don Valentín!
y se ha puesto como nuevo
comprándose un peluquín.
El día que lo ha “estrenao”
a una niña se declara;
y ella dice que ha “notao”
que tiene una cosa rara.
La madre dice: “¡Hija mía!,
como viene con buen fin,
andando a la sacristía,
¡y ni hablar del peluquín!”.

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