Quizá al leer el título de esta nueva entrada te hayas quedado con cara de confusión y rascándote la cabeza. ¿Qué es eso de solecismo?, ¿un nuevo movimiento artístico? ¿Y no se llamaba “Anacoluto” el alcalde del pueblo de mis abuelos?
Pero mantengamos la calma. En realidad, los términos “solecismo” y “anacoluto” no dejan de ser tecnicismos, sinónimos de una misma realidad lingüística bastante más simple: lo que la gramática normativa o prescriptiva entiende como un mero “error sintáctico”. Y lo de “mero” es un decir, claro, pues hay errores de sintaxis que son como para darles de comer aparte.
Ahora bien, ¿a qué nos referimos con “error sintáctico”? Pues, básicamente, a un cambio inesperado y abrupto en la construcción de una frase que, como resultado, genera una inconsistencia en ella. De hecho, el término “anacoluto” viene del griego para “inconsistente”, “que no sigue”. Y hablando de seguir, ¿seguimos sin tenerlo claro? No pasa nada, veámoslo con un ejemplo:
“Por suerte para la empresa, no mucha gente del gran preestreno cinematográfico del pasado jueves por la noche le reclamaron la devolución de las entradas”.
Si observamos esta oración, nos daremos cuenta de que hay una evidente falta de concordancia en el verbo, pues debería ser “mucha gente […] le reclamó” (no “mucha gente […] le reclamaron”). Suponemos que, por prisas, por despiste o por ambas, a quien construyó la frase se le cortocircuitó el cerebro durante ese larguísimo “del gran preestreno cinematográfico del pasado jueves por la noche” y creyó haber dicho “muchas personas” o “muchos espectadores”, en vez de “mucha gente”, así que conjugó el verbo erróneamente en plural.
También es bastante frecuente este error cuando no se respeta el uso impersonal del verbo “haber” para denotar la presencia o existencia de personas o cosas, como en el siguiente caso:
“En este proyecto hubieron muchos problemas, pero siempre encontramos el modo de solucionarlos”.
Este ejemplo es uno de esos casos en que el verbo “haber” carece de sujeto, por lo que debería haberse dicho “hubo” (que es el pretérito de “hay”).
Pero ojo, porque este tipo de errores invitan a toda una gama de meteduras de pata más allá de una concordancia. ¿Ejemplos? Cuando, tras formular un sintagma nominal con toda la pinta de ser el sujeto de la frase, de pronto optamos por una estructura sintáctica diferente, en la que el sujeto es otro bien distinto. De nuevo, veámoslo mejor con una oración:
“Yo, después de leer el libro que me recomendaste, me dieron ganas de tirarme por la ventana, de lo malo que me pareció”.
¿Qué ocurre aquí? La frase comienza con un sonoro “YO” que tiene todas las papeletas para ser el sujeto de la frase. Y sin embargo, tras el inciso entre comas, se produce una masacre sintática inesperada que, más que un “yo” inicial, exige un “a mí”.
Por último, para finalizar con un caso más, también se suele caer en este tipo de errores de una forma un tanto más sutil y difícil de detectar: cuando, al construir una oración de relativo, el pronombre que la introduce resulta no tener función sintáctica clara, como en:
“He hecho un pastel tan delicioso que quien se lo coma llorará de puro placer”.
Aquí nos topamos con una falta de concordancia entre el verbo que va después de “que” y su supuesto antecedente. Una construcción más acertada de la frase, en tanto en cuanto el verbo al que introduce ese “que” sí concuerda con el antecedente, habría sido esta:
“He hecho un pastel tan delicioso que hará llorar de puro placer a quien se lo coma”.
Dicho todo esto, ¿cómo podemos evitar los anacolutos? Pues de una forma muy fácil (que no facilona): prestando atención y conociendo las normas gramaticales.