Internet pone a nuestra disposición cada vez más medios para hacer una traducción decente. Desde diccionarios en línea (monolingües, bilingües y multilingües), herramientas de traducción asistida como Google Translator, foros lingüísticos, blogs especializados y, obsta decirlo, buscadores de todo tipo. Aun así, ¿es todo eso suficiente para garantizar una buena traducción?
Con frecuencia, se afirma que una buena traducción es aquella que, sin dejar de ser fiel y respetuosa al original, jamás delata su naturaleza de traducción, sino que parece escrita desde cero en el idioma de destino. Visto así, los elementos antes mencionados proporcionan una ayuda inestimable, qué duda cabe. Pero sigue faltándonos el más importante de todos: un buen traductor.
De nada sirve contar con todo un abanico de excelentes herramientas si luego no las usamos debidamente, carecemos de criterios certeros y no sabemos ser creativos ni equilibrados. En definitiva, de nada sirve si adolecemos de todas aquellas características que comparten los mejores traductores.
Existen diversas disciplinas de traducción: literaria, comercial, técnica, científica… Pero, si bien todas comparten en mayor o menor medida las características que acabamos de mencionar, cada una exige diferentes cualidades de aquellos profesionales que la practican.
El traductor literario ha de ser, ante todo, un lector voraz. Se trata de una persona que disfruta con la plasticidad del idioma y sabe adaptarla convenientemente (no olvidemos lo importante que es el sentido estético en la literatura). Tiene miles de opciones y combinaciones distintas y, por lo tanto, también se topa con miles de trampas y formas de errar. En esta disciplina la creatividad es esencial, pero también la sensatez y el respeto al autor.
El traductor comercial también debe ser creativo, aunque de forma un tanto más comedida. Así como al traductor literario le conviene ser un lector voraz, al buen traductor comercial cabe exigirle que haya vivido en los países implicados en el texto, pues solo así sabrá “localizarlo” (es decir, adaptarlo culturalmente) de la forma más adecuada y eficaz para apelar a los gustos de los potenciales consumidores. En este sentido, y salvando las distancias, se asemeja bastante al localizador de “software” y videojuegos, encargado de adaptarlos a las peculiaridades culturales de cada lugar.
Posiblemente, la traducción técnica es una de las más rígidas y, por tanto, de las que menos margen a error puede dar. Si la traducción literaria o incluso la comercial, dada su subjetividad, presentan cientos de posibilidades para una misma frase, raro es que la traducción técnica presente más de media decena, pues es más tendente a lo objetivo y lo prestablecido. Son rasgos que emparentan al traductor técnico con el traductor científico, pues ambos son muy rigurosos, se ciñen a terminologías extremadamente acotadas y suelen estar especializados en el campo de trabajo del texto que traducir.
Para finalizar, el traductor jurado es aquel especialmente acreditado para otorgar validez legal a la traducción de un documento (a menudo, del ámbito jurídico y económico). Gracias a la autorización del Ministerio de Asuntos Exteriores, da fe y autentifica la traducción mediante su firma y sello profesionales.

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