La traducción literaria es una de las más complicadas que pueden abordarse, por muy diversos elementos. Pero, de entre todos los tipos de traducciones literarias, sin duda la traducción poética es la que se lleva la palma de complicación, por la cantidad de elementos que intervienen: rima, métrica, musicalidad, cadencia, figuras retóricas… Hay tantos factores que tener en cuenta que, a menudo, cuidar demasiado unos puede ir en detrimento de otros. Tal vez nuestro empeño en mantener rima y métrica acabe haciendo que un texto ingenioso en ese sentido acabe convertido en otro con perezosas rimas a base de infinitivos. O quizá una excesiva obsesión por mantenernos fieles al contenido semántico puede jugarnos una mala pasada en cuanto a la musicalidad y la cadencia, y acabemos componiendo una nueva pieza demasiado farragosa a partir de un texto que originalmente volaba libre como un colibrí.
Y ojo, porque la expresión “componiendo una nueva pieza” resulta clave en este peliagudo tema. La imposibilidad de traducir poesía es una idea bastante generalizada entre los teóricos de la traducción poética. El poeta español Carlos Bousoño era bastante claro al respecto: “¿Es posible traducir la poesía de una lengua a otra? […] Hemos de reconocer que la inmensa mayoría de los procedimientos poéticos […] son ‘esencialmente’ traducibles, salvo los que operan en el significante; a saber, el ritmo, la rima y los casos de expresividad vinculada precisamente a ese ritmo o a la materia fonética de los vocablos o al dinamismo de la sintaxis. Estos últimos recursos, en efecto, sólo a través de una nueva labor poética transformadora serían vertibles a un lenguaje distinto”.
Por otro lado, los hay que defienden la idea de que traducir poesía no tiene por qué ser más complicado que traducir prosa, ya que el lenguaje de una no difiere tanto del de la otra y, en efecto, ambas pueden presentar figuras retóricas, efectos acústicos, ritmos… Eso por no mencionar que tampoco deberíamos confundir poesía con verso, pues no siempre son lo mismo. El poeta mexicano Octavio Paz llega al punto de rechazar por completo la idea de la intraducibilidad de la poesía. Una idea muy extendida (¿mito, quizá?) en la que el poeta español Eduardo Moga ahonda con cierto sarcasmo afirmando: “Proviene de una concepción mágica de la poesía, como si fuera algo etéreo, inaprensible, de una naturaleza que no puede captar o reproducir algo tan falible como el lenguaje humano. Pero no”.
Sea como sea, no queremos complicar de más un tema ya de por sí lo bastante complicado. Esto es una humilde entrada de blog, no un tratado teórico de traducción poética. En líneas generales, lo que deberíamos dejar claro es que, como defienden muchos, la traducción de un poema debería abordarse no tanto como una traducción propiamente dicha, sino más bien como una nueva creación literaria, una suerte de transposición creativa. El poeta estadounidense Buerton Raffel lo expuso con palabras tan sencillas como hermosas: “La traducción de la poesía, si no es poesía vuelta a nacer, no es nada”.
Llegados a este punto, quizá te haya resultado llamativa la cantidad de poetas que hemos mencionado a lo largo de esta entrada. No es algo accidental: al igual que los más adecuados para teorizar sobre la traducción poética son los propios poetas, los más adecuados para emprenderla son también ellos mismos. En cierto modo, es algo de cajón, ¿no te parece? Si traducir poesía es lograr que la poesía vuelta a nacer, ¿quién mejor para obrar esa suerte de renacimiento que un poeta?