El mes pasado te dimos unos breves consejos sobre cómo escribir una sinopsis apañada para tu novela. Pero ojo, porque no es ese el único elemento literario que las mata callando. También hay otro que tiene, por lo menos, la misma importancia… sin que parezca que la tiene: el título. Piénsalo bien: “Como agua para chocolate”, “Viaje al centro de la Tierra”, “Asesinato en el Orient Express”, “Alí Babá y los cuarenta ladrones”, “El monte de las ánimas”, “Bodas de sangre”, “Las uvas de la ira”… Seguro que te suenan todos o casi todos esos títulos. Está claro que porque los has oído mencionar una y otra vez por diversos medios, sí. Pero te aseguramos que también porque resultan títulos memorables. Tienen sonoridad. Son sugerentes. Suenan distintos. En definitiva, invitan a leer su contenido.
El problema es que, a la hora de dar con un título, muy a menudo acabamos con dolor de cabeza. Si encontrar una sinopsis apañada (nos remitimos a una de nuestras últimas entradas) ya tiene su miga, aún puede tenerla más encontrar un título. Y casi por las mismas razones. Un título debe dar ganas de leer el resto. Debe ser informativo sin desvelar demasiado. Ser conciso pero sugerente. Adecuarse al género literario que toca. Original, si no es mucho pedir. Y todo ello debemos lograrlo con muy muy pocas palabras. Bastantes menos que con la sinopsis. Casi nada. Pero no desesperes, porque hoy vamos a darte unas pocas pautas que quizá puedan servirte de ayuda.

BUCEA EN LA HISTORIA. A menudo, la clave para extraer el título está en el propio contenido de la historia. Puede ser el nombre de pila de su o sus protagonistas (“Romeo y Julieta”, “Manolito Gafotas”) o incluso de un personaje que no tiene por qué ser el protagonista pero en torno al que gira todo (“Drácula”, “Lolita”, “El mago de Oz”). Puede ser también una expresión extraída directamente del propio texto (“Soy leyenda”, “Todas las maldiciones del mundo”). Tal vez una referencia al tiempo aproximado que abarca la acción (“Cinco horas con Mario”, “La vuelta al mundo en ochenta días”, “Las mil y una noches”) o a un lugar importante donde esta transcurre (“La maldición de Hill House”, “La casa de Bernarda Alba”, “Cementerio de animales”). Y quizá puede ser una referencia a la propia acción de la que trata el libro, por irónica que resulte (“Esperando a Godot”, “Cómo ser una mujer y no morir en el intento”).

ROMPE REGLAS. El último ejemplo del apartado anterior proviene de una época en la que estaban muy de moda los títulos kilométricos. Pero es algo que, en realidad, no ha dejado de funcionar cuando se ha hecho bien (“Los hombres que no amaban a las mujeres”). ¿Dijimos al principio que un título debe ser conciso? Pues ni caso. Las reglas están para romperlas. Quizá títulos como “El perfume”, “La metamorfosis” o “Seda” tengan su encanto, pero ¿y si pecan de demasiado clásicos? Donde se ponga una buena autopista de palabras… De hecho, cuando lo kilométrico se ha combinado con lo irónico, nos ha dado perlas del calibre de “El curioso incidente del perro a medianoche” o “Yo no tengo la culpa de haber nacido tan sexy”. Eso sí, tú dale cuerda con moderación, no vaya a ser que acabes escribiendo una sinopsis en vez de un título.

Y SIGUE ROMPIENDO REGLAS. ¿Dijimos al principio que un título debe ser informativo sin revelar demasiado? Pues Gabriel García Márquez se quedó descansadísimo cuando tituló a una de sus novelas “Crónica de una muerte anunciada”. Y lo mismo podemos decir de Edgar Allan Poe con su relato “La caída de la casa Usher”. Claro que en ambos casos se revela lo suficiente como para intrigar y dejar con ganas de más. También puedes optar por hacer todo lo contrario: ponerte tan poético que el lector no tenga la menor idea de qué encierra un título tan abstracto (“Los renglones torcidos de Dios”, “La sombra del viento”). O puedes tomar la calle de en medio y, pese a ser abstracto, no serlo tanto como para que el lector se vea incapaz de hacerse una idea aproximada (“En busca del tiempo perdido”, “El tiempo entre costuras”). Por cierto, ¿dijimos también que un título debe adecuarse al género literario que toca el texto? Pues no sabemos si Philip K. Dick tenía esto muy claro cuando pensó en el título de su novela “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”. Y si lo pensó, está claro que le dio exactamente igual.

ELABORA LISTAS. Por supuesto, no tiene por qué haber un solo candidato. Quizá quieras abordar el posible título desde varias de las perspectivas que te hemos ofrecido, y ello supone que las opciones se multipliquen. No te preocupes, ve anotando y luego haces una criba.

ASEGÚRATE DE QUE ESE TÍTULO NO EXISTE YA. Finalizamos con este consejo, tan importante que no entendemos cómo no se habla más de él. Imagínate que has escrito una apasionante (y originalísima) historia de suspense en torno a un doctor que se dedica a hacer cosas innombrables con cadáveres. Y se te ocurre la brillante idea de titularla “El médico”. Pues quizá te lleves una sorpresa si buscas en Google. Lovecraft fue más avispado cuando tituló a su relato “Herbert West: reanimador”. O la mismísima Mary Shelley cuando hizo lo propio con “Frankenstein, o el moderno Prometeo”. Y sí, de los subtítulos (y lo pedantes que pueden sonar a estas alturas de la película) hablamos mejor otro día.

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