Seguro que alguna vez conociste a una profesora o profesor de Lengua que, durante sus clases, insistía en que es absurdo decir “parking” cuando podemos decir “aparcamiento”. Que no tiene ninguna razón de ser enviar un “e-mail”, cuando puedes enviar un “correo electrónico”. Que, en definitiva, los extranjerismos están para usarlos sabiamente, no para abusar de ellos sin ton ni son cuando tenemos equivalentes perfectamente asentados en nuestra lengua.
Incluso el mediático modisto Lorenzo Caprile, no en vano filólogo de formación, arremetió hace poco contra el abuso de extranjerismos (específicamente, en el sector de la moda) exclamando que «Un ‘steamer’ es… ¡una p… plancha!».
Pero ¿de verdad es tan sencillo distinguir entre uso y abuso? Digamos que no es imposible. Recientemente, en una reunión del Consejo Asesor de la Fundéu (donde, precisamente, también participó el propio Caprile) se señaló que hay que saber diferenciar entre aquellas voces realmente especializadas que aluden a elementos concretos cuyos nombres ya nos llegan en otros idiomas y aquellos extranjerismos que en absoluto designan realidades nuevas o especializadas, sino que se emplean por mero esnobismo, ya que en realidad existen expresiones equivalentes en castellano. Resumiendo: hay que saber distinguir entre extranjerismos necesarios y gratuitos.
Lo que está claro es que nos movemos en un terreno de aguas pantanosas. Dada la tendencia actual a la globalidad, sobre todo en el ámbito de los negocios, resulta difícil resistirse al uso de determinados “buzzwords” (irónicamente, el propio extranjerismo “buzzword” es un buzzword: es decir, una palabra o expresión de uso no común, y a menudo de origen anglosajón, que, de pronto, se pone de moda).
A menudo, el uso de un “buzzword” empresarial atiende a razones de economía de lenguaje y a tres factores fundamentales en la comunicación empresarial: claridad, velocidad y eficiencia. Nadie nos va a fusilar por decir “fecha de entrega”, pero desde luego el anglicismo “deadline” ofrece una concisión de la que adolece su equivalente español. Por otro lado, resulta difícil sustituir palabras como “branding” o “networking” sin perder matices por el camino.
Eso sí, como en cualquier otro asunto de la vida, el uso de extranjerismos es una cuestión de mesura: no por plagar tu discurso de anglicismos lo vas a volver más elegante, ni más profesional… sino, posiblemente, todo lo contrario.
Pero, ojo, porque también es un asunto de coherencia. Porque si prefieres la sencillez de “workflow” (una sola palabra) a la complejidad de “flujo de trabajo” (expresión compuesta por varias palabras), luego no te decantes por el uso de “food truck” frente a “gastroneta”.

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