Como todos sabemos, los idiomas no son entes inmutables. Más bien son como ríos que, debido a una serie de factores y elementos con los que entran en contacto, siempre están fluyendo y cambiando (cuando no se secan, y si no que se lo digan a las lenguas muertas). No hay nada de malo en que un idioma influya en otro. O no necesariamente lo hay. De hecho, ese contacto entre idiomas y culturas puede resultar de lo más fructífero, ya que se produce un trasvase que enriquece de forma mutua (aunque también de forma más bien desigual).
Ahora bien, ¿de qué modo puede producirse esa influencia? En esta entrada hablaremos de tres grandes tipos de incorporaciones de una lengua a otra: los extranjerismos, los préstamos y los calcos.
EXTRANJERISMOS: Se trata de términos o locuciones que no existían en nuestro idioma y que, ya sea para llenar un vacío semántico o como alternativa a otras expresiones ya existentes, se han asimilado sin alterar su significado semántico. En cuanto a su grafía, esta puede no alterarse (ahí tenemos palabras como “sushi”, “software” o “roulotte”, que escribimos tal cual y pronunciamos como buenamente podemos) o puede adaptarse a nuestro idioma (hablaremos de esto en el siguiente párrafo). Si no se adaptan a nuestra grafía y fonología, lo normativo es que las resaltemos de algún modo, ya sea mediante comillas o cursiva.
PRÉSTAMOS: Aunque ya los hemos anticipado, diremos que el préstamo es un extranjerismo que sí se ha adaptado a la lengua que lo adopta para que resulte más fácil de pronunciar y escribir. Ahí tenemos ejemplos como “estadio” (del inglés “stadium”), “cabaré” (del francés “cabaret”) o “réquiem” (del latín “requiem”), por no hablar de la siempre polémica “güisqui” (de “whisky”), que sigue despertando pesadillas allá por donde pasa y allá donde jamás lo ha hecho “fútbol” (de “football”).
CALCOS: Y, por último, hacen su entrada los más peliagudos. Se trata de términos o locuciones que transfieren rasgos y fonemas de un idioma a otro. A menudo, son traducciones literales que crean una nueva acepción o una nueva palabra. Ahí tenemos expresiones como “rascacielos” (del inglés “skyscraper”, más literal imposible) o “jardín de infancia” (del alemán “kindergarten”).
¿Y por qué decíamos antes que los calcos son los más peliagudos? Porque, más a menudo de lo que nos gustaría, los hay que se emplean de forma errónea. Como “severo” (tomada del inglés “severe” con la acepción de “grave” o “serio”, cuando en español “severo” no recoge esa acepción ni por asomo) o “evidencia” (de nuevo, tomada del inglés “evidence” con la acepción de “prueba” en cualquier contexto, cuando el español limita esa acepción a contextos jurídicos).
Caso aparte sería ya no lo erróneo, sino lo innecesario de recurrir casi sistemáticamente a extranjerismos cuando nuestro idioma ya contaba con palabras para definir esa misma realidad. ¿Por qué decir “parking” pudiendo decir “aparcamiento”? ¿De verdad tenemos tan poco tiempo que no podemos permitirnos usar tres sílabas más? ¿O lo que tenemos más bien es “inguitis” (de la terminación “-ing”, claro)? Habrá que explorar este enigma en futuras entradas.
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