Aunque la tecnología tiene cada vez más presencia en el mundo de la traducción, todos sabemos que hasta hoy los traductores han sido tan humanos como tú o como yo. ¿Y qué hay más humano que equivocarse? Ya lo dice la popular expresión latina: “errare humanum est”. Por desgracia, hay errores y errores. Y algunos de traducción se han saldado con lamentables malentendidos que incluso han llevado a graves conflictos diplomáticos. En la entrada de esta semana veremos algunos de los más curiosos.
MOISÉS EL CUERNUDO: Si alguna vez has visto la celebérrima escultura del “Moisés” de Miguel Ángel, seguro que te ha llamado la atención que en lo alto de la cabeza asoman lo que parecen… ¿dos cuernos? Pues sí, lo son. Y no porque con ello Miguel Ángel quisiera hacer una broma privada sobre la posible vida marital de este personaje bíblico, sino más bien porque venía arrastrando una mala traducción de la expresión hebrea “keren on”. Expresión que, aunque aplicada a Moisés se refería a su rostro resplandeciente, una mala traducción de San Jerónimo (curiosamente, el patrón de los traductores) llevó a interpretarla como “cuernos”.
“MARS ATTACKS!”: En 1877, Giovanni Virginio Schiaparelli, astrónomo italiano y director del observatorio milanés de Brera, comenzó a registrar en un mapa la superficie del planeta Marte. Por lo que pudo distinguir a través de su telescopio, Schiaparelli consideró que las diferencias cromáticas observadas en la superficie marciana podían atribuirse a la presencia de continentes y mares, estos últimos conectados por canales. El problema es que la traducción al inglés de esos “canales” (en el original italiano, “canali”) se hizo no como “channels” (es decir, brazos de mar naturales), sino como “canals” (palabra que implica un origen artificial que, por supuesto, estaba totalmente ausente en el original italiano). Una metedura de pata que quizá no se saldó con un conflicto diplomático intergaláctico, pero que desde luego originó el mito de los marcianos. Cuánto le debe Tim Burton a este desliz…
EL “MATÓN” DE KHRUSHCHEV: “Os guste o no, la historia está de nuestro lado. Viviremos para ver cómo os entierran”. Estas palabras las pronunció el líder soviético Nikita Khrushchev en 1956, nada menos que en plena Guerra Fría. Ocurrió en un discurso en la embajada polaca de Moscú, durante un banquete al que habían acudido múltiples embajadores occidentales. En realidad, sus palabras eran una referencia al “Manifiesto comunista”, en el que Karl Marx asegura que la burguesía produce sus propios sepultureros. Pero, en plena carrera armamentística y con los nervios a flor de piel, la prensa occidental descontextualizó por completo aquellas palabras y las interpretó como una amenaza nada velada a los embajadores presentes, más que como una proclama ideológica. Una amenaza en la que, en vez de “Viviremos para ver cómo os entierran”, se suponía que el líder soviético había dicho nada menos que “¡Os enterraremos!”. Quizá parezca que no hay gran diferencia entre lo agresivo de ambas expresiones, pero lo cierto es que sí la hay en la intención implícita, como ya hemos comentado. Y, por mucho que los soviéticos se apresuraron a explicar el malentendido, lo cierto es que el daño ya estaba hecho. Aunque no sería tan grave como el que se produjo con la siguiente anécdota.
“PA’ CHULO, MI PIRULO”. El 26 de julio de 1945, las potencias aliadas durante la Segunda Guerra Mundial publicaron la declaración de Potsdam, un clarísimo ultimátum al imperio japonés en el que trataban los términos de la rendición de este y con el que afirmaban que, si los nipones no se entregaban, se enfrentarían a una “pronta y completa destrucción”. Tras convocar una rueda de prensa, el primer ministro japonés, Kantaro Suzuki, declaró que “Sin comentarios. Seguimos pensándolo”. Lamentablemente, Suzuki había usado la palabra “mokusatsu”, que puede significar “sin comentarios”, en efecto, pero también “lo desestimamos y lo despreciamos”. ¿Y cómo se tradujo? Acertaste: opción 2. Así que el presidente Truman debió de pensar que “pa’ chulo, mi pirulo” y, tan solo diez días después de aquella rueda de prensa, dejó más claro que el agua a qué se refería con “pronta y completa destrucción”: a lanzar bombas atómicas sobre las poblaciones de Nagasaki e Hiroshima. ¿Pudo una buena traducción habernos ahorrado aquellas terribles tragedias? Quién sabe. Pero lo que sí queda fuera de toda duda es que una mala traducción no ayudó en absoluto a evitarlas.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies