Hace poco estuvimos hablando en este blog de un tema tan interesante como delicado: el regreso (o quizá la mera prolongación) de la censura literaria. Ahora bien, ¿qué ocurre cuando dicha censura no proviene de estamentos superiores (ya sean estos la propia editorial o algún organismo censor del Gobierno), sino más bien del propio escritor? Quizá dicho así en frío te suene desconcertante, pues ¿qué autor estaría dispuesto a censurar por su propia voluntad lo que escribe? Se supone que la escritura es un terreno de absoluta libertad donde fabular sin cortapisas, ¿no? En el mundo de la fantasía todo vale y todo está permitido. Entonces, ¿por qué alguien se autocensuraría a la hora de escribir?
Bueno, quizá lo comprendas mejor si piensas en todas las veces que, hablando con otra persona, decides morderte la lengua y no decirle según qué cosas. Se trata de algo muy habitual (excepto si eres de los que justifican su sinceridad sangrante con un “yo digo las cosas como las pienso”). A veces nos autocensuramos por mera empatía, por no herir los sentimientos de la otra parte o, simplemente, por no echar más leña al fuego en una situación ya de por sí caldeada.
Pues la autocensura literaria tiene bastante de eso, aunque a menudo la impulsan valores un tanto menos nobles y un tanto más comerciales. Esa empatía no siempre es verdadera. Esa preocupación por los sentimientos ajenos no siempre es genuina. En ocasiones, cuando un escritor recoge cable, lo hace más bien tras haber calculado las repercusiones comerciales tirando a negativas que el hecho de no hacerlo podría tener en el recorrido de su obra.
“Este pasaje es demasiado explícito sexualmente, quizá debería suavizarlo un poco”.
“A lo mejor debería evitar este tema tan delicado. O tratarlo de otro modo no tan frontal, un poco más sutil”.
“Esta palabra podría sonar demasiado fuerte, mejor busco un sinónimo más suave que no me meta en problemas”.
Insistimos: un autor no siempre toma estas decisiones porque esté genuinamente preocupado por si hiere los sentimientos de nadie. Como mucho, lo que le preocupa en la mayoría de los casos es dificultarse con ello las posibilidades de publicación o hacer peligrar futuras ventas. Ya lo decía el personaje de Aitana Sánchez Gijón en “Madres paralelas”, la película de Almodóvar, cuando el de Penélope Cruz le preguntaba si era de izquierdas o de derechas: “Yo soy apolítica. Mi trabajo es gustarle a todo el mundo”.
Por otro lado, hay cierto tipo de autocensura que se perpetra más por obra que por omisión. Nos referimos a la autocensura que se produce cuando, en contra de nuestros impulsos creativos más o menos naturales, maquinamos dejar de lado lo que de verdad nos apetecía escribir y optamos por abordar determinados temas, géneros, personajes o supuestas sensibilidades que consideramos más en boga o, directamente, más comerciales.
“Voy a escribir una novela policíaca, que se venden muy bien”.
“Haré que este personaje sea afroamericano, que los veo muy de moda”.
“Si meto un toque feminista a la novela, tendrá más predicamento entre el público femenino”.
Dicho esto, vayamos a la pregunta del millón que daba título a nuestra entrada: ¿es útil o más bien absurda la autocensura literaria? Ante todo, habría que definir qué consideramos “útil”. Y, dado que toda autocensura se efectúa con un objetivo en mente, entendemos que será “útil” aquello que sirva de forma efectiva a tal objetivo. El problema es que, a no ser que te dediques a las artes adivinatorias, parece bastante improbable que tengas una bola de cristal en casa. Muy buen estudio de mercado debes haber hecho para tener clarísimo que ese pasaje “demasiado” sexual será un gran inconveniente para las editoriales a las que vas a mandar tu manuscrito. O que ese tema político va a levantar ampollas entre tus hipotéticos lectores. O que esa palabra un poco más alta que las demás te va a pintar como un racista, un machista o un homófobo… ¡sin ser nada de eso tú!
Desde luego, y a riesgo de que sonemos buenistas, quizá un baremo más fiable sea tu propio instinto, lo que te dicten las tripas, más que tus habilidades comerciales. Si algo te dice que ese pasaje quizá es demasiado sexual dentro del contexto de tu novela, pregúntate por qué lo es “demasiado” dentro de dicho contexto y si a partir de ahí merece la pena mantenerlo tal cual, suavizarlo o incluso directamente suprimirlo. Si te incomoda exponerte con un mensaje político, pregúntate por qué: ¿es por el propio mensaje, por su inadecuación a la obra o por el qué dirán? Una vez hayas dado respuesta a eso, responde: ¿merece la pena abundar en él porque es algo importante para ti y fundamental para la obra o mejor quitarlo porque en realidad no aporta mucho?
Lo que queremos decir con todo esto es que tal vez lo más útil a la hora de aplicar o no la autocensura sea adoptar un enfoque más “honesto”, por así decirlo, uno más intrínsecamente ligado a la esencia de la obra y a ti mismo como autor o autora, y no tanto al supuesto rendimiento comercial que dicha autocensura pueda favorecer. Ojo: con esto no queremos decir que un enfoque comercial no sea “honesto” a su manera, pues desde luego resulta perfectamente válido. Pero, sin duda alguna, la cualidad de “publicable” o “comercial” de un manuscrito es un valor que en bastantes ocasiones escapa por completo a nuestro control y a nuestra voluntad, y que en realidad acaba dependiendo casi más de la opinión de terceros. Vale, el manuscrito puede sentar las bases para esa opinión, no lo vamos a negar; pero, en todo caso, no garantiza nada. Así pues, ¿por qué obsesionarnos con eso, cuando podemos apuntar a factores que quizá sí estén mucho más en nuestras manos?
Por otro lado, si nos vamos a esa autocensura “más por obra que por omisión” de la que hablábamos antes, podría aplicarse lo mismo. Muy buen estudio de mercado tienes que haber hecho para saber con certeza que esa temática, ese género, esos personajes o esa sensibilidad siguen siendo la gallina de los huevos de oro que están pidiendo las editoriales y el público. Pero ¿de verdad te has actualizado? Quizá te has empeñado en escribir una novela erótica para mujeres porque “Cincuenta sombra de Grey” es un superventas, pero… ¿cuántos años han pasado desde que lo fue? Y, en el caso de que tengas mejor sincronización y sí estés muy al tanto de que tal o cual corriente literaria es el último grito y que se están vendiendo libros como churros, ¿quién te asegura que, para cuando alguna editorial se ponga con tu manuscrito al fin, esa corriente literaria no ha comenzado a mostrar signos de agotamiento y haya dejado de interesar tanto?
De nuevo, no seremos nosotros quienes hagamos de menos una estrategia comercial ni vayamos a tacharla de deshonesta. Pero, ya puestos a jugar la baza del “aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid”, casi nos decantaríamos por un enfoque un tanto más “comprometido”, ya sea con la propia obra, con el género o tema que se quiere abordar, con la sensibilidad que se quiere explorar o con los personajes a los que se quiere dar voz. Si pretendes darle un toque feminista a tu obra, dáselo en serio, con fundamento y sentido, no porque esté “de moda”. Si quieres introducir un personaje gay, dale entidad, no lo metas con calzador porque te aporta un aire moderno (por otro lado, tampoco hace falta que te esperes a introducirlo “cuando la historia te lo pida”, porque raramente hay historias que exijan personajes heterosexuales).
Bajo nuestro punto de vista, la autocensura puede llegar ser un proceso incluso constructivo, si se ejerce de forma orgánica y como ejercicio de creación. En caso contrario (y salvo si tienes la bola de cristal mágica que te predice lo que va a ocurrir), puede convertirse en un proceso más bien destructivo. Porque, como decía el premio Nobel rusoestadounidense Joseph Brodsky, el censor más efectivo habita en la mente de cada uno. ¡Y qué ciego y feroz puede ser!
¿Y tú qué opinas de todo esto? ¿A favor o en contra de la autocensura?