Sobre el lenguaje jurídico pesa la misma losa que sobre el administrativo: su enorme ampulosidad. Todos hemos escuchado quejas o directamente chistes sobre su estilo farragoso, de frases eternas e intrincadas que vuelven el texto casi ininteligible. De hecho, y según datos del Consejo General del Poder Judicial, el 81 % de los ciudadanos que han tenido relación con la justicia no entienden muy bien lo que leen ni lo que escuchan al respecto. Suponemos que el 19 % restante son jueces, legisladores y abogados.
Lo curioso es que, así como en otros países (y no solo de habla inglesa, pues también los hay en Latinoamérica) se da desde hace tiempo una clara voluntad por volver el lenguaje jurídico más comprensible para cualquier ciudadano, en España aún hay cierta resistencia a ello. Tal vez sea por esa otra losa llamada “tradición”, pero el hecho es que ocurre con bastante frecuencia. Y, aunque en este ámbito se detecta una conciencia cada vez mayor de que conviene rebajar la opacidad de los textos, la resistencia sigue ahí.
Por supuesto, no podemos corregir leyes así por las buenas, pues se han redactado como se han redactado, están escritas en piedra, como quien dice, y ahí ni pinchamos ni cortamos. Pero sí puede ocurrir que un estudiante nos encargue corregir un trabajo académico de temática jurídica. En ese caso podemos meter mano, siempre y cuando respetemos (con todo el dolor y la dentera de nuestro corazón) las barbaridades gramaticales que las citas directas incluidas ya trajeran de casa. Así que veamos los aspectos más recurrentes que debemos observar:
ORACIONES QUE SE SABE DÓNDE EMPIEZAN… PERO NO DÓNDE ACABAN. Es muy habitual que nos topemos con frases kilométricas, abarrotadas de incisos y subordinadas hasta la extenuación. Tratemos de fragmentarlas en varias frases, de dividir la información de la manera más ordenada para que no parezca un indigesto puré de palabras.
Y PÁRRAFOS QUE TAMPOCO SE SABE DÓNDE ACABAN. Lo mismo que ocurre con las frases puede repetirse con los párrafos. Más de uno se prolonga durante varias páginas y amenaza con convertir el texto en un océano de letras. Tres cuartos de lo mismo: tratemos de segmentar los párrafos de forma lógica y de acuerdo con la información que contienen en cada segmento.
GERUNDIOS QUE NO FALTEN… Y TODOS ERRÓNEOS, SI PUEDE SER. Se diría que el lenguaje jurídico ha inventado todos los usos erróneos de los gerundios, dado lo aficionado que es a usarlos a lo bestia. Así que mucho cuidado con este punto, “siendo” (es broma…) uno de los más delicados.
COMAS DE MÁS Y SIGNOS ORTOGRÁFICOS DE MENOS. A veces, en este tipo de textos se incurre tanto en un uso excesivo de las comas, que a menudo se ponen de forma aleatoria y sin sentido, como en un uso insuficiente de otros signos ortográficos (sobre todo, de puntos o punto y coma, que a veces parece que ni existen). No hace falta que subrayemos lo mucho que esto complica ya no solo la lectura, sino sobre todo la comprensión del texto.
PALABRAS Y TÉRMINOS INNECESARIAMENTE OPACOS (O INCLUSO ARCAICOS). Y nos referimos a cosas como “supérstite” en vez de “viudo”, “parte in fine” en vez de “parte final”, “causante” en vez de “difunto” o “fallecido”, “stricto sensu” en vez de “en sentido estricto”… Y así podríamos estarnos todo el día. No decimos que se trate de palabras censurables, pero tampoco son tan necesarias cuando hay alternativas más comprensibles. Y, si aparecen de forma indiscriminada, se nota.