Traducir no consiste tan solo en trasladar palabras de un idioma a otro, ya lo hemos dicho en diversas ocasiones. Es un trabajo que requiere mucho más: desde tener una sólida competencia sociocultural hasta saber gestionar bien la inteligencia emocional (y, por supuesto, aplicarlas a nuestra labor, pues de nada sirve movernos en ellas como peces en el agua si luego las guardamos en un cajón).
Sin embargo, hasta ahora no habíamos hablado de lo importante que también es en este sector un elemento no menos abstracto e incluso subjetivo: la ética.
Quizá haya quien se pregunte: “¿‘Ética’? Eso era una asignatura escolar optativa, y yo escogí ‘Religión’”. Bueno, para quienes vayan un poco perdidos con el término, la RAE ofrece dos posibles acepciones que nos pueden interesar para esta palabra. La primera reza: “Conjunto de normas morales que rigen la conducta de la persona en cualquier ámbito de la vida”. Y la segunda: “Parte de la filosofía que trata del bien y del fundamento de sus valores”.
Dicho lo cual, ¿qué relación puede guardar todo esto con una simple traducción? Vale, aclaremos dos cosas. Para empezar, ninguna traducción es “simple” (o casi ninguna). Y para acabar, no guarda una sola relación, sino muchas. Veámoslas…
CONFIDENCIALIDAD Y PRIVACIDAD: No es raro que un traductor haya de trabajar con textos sensibles y confidenciales, como documentos legales o incluso corporativos. Así pues, sería poco ético que no respetara el aspecto confidencial y privado de esa información que debe traducir. Imagina que, por descuidar este apartado, acabas haciendo que se filtre por error en Internet un documento de tu cliente. Las consecuencias pueden ser terribles, y no solo para ti.
ÉTICA EN EL ÁMBITO CULTURAL: Este segundo aspecto está bastante vinculado a la competencia sociocultural. Como traductores, debemos mostrarnos altamente responsables con las diferencias culturales y evitar a toda costa trasladar posibles prejuicios o estereotipos que hayamos adquirido. Así pues, debemos conocer muy bien ambas culturas (y además respetarlas) para alcanzar un equilibrio entre la preservación del mensaje original y la adaptación cultural.
FIDELIDAD A LAS INTENCIONES DEL AUTOR: Este tercer aspecto también es bastante intrínseco a la traducción. Ahora bien, ¿en qué medida podemos considerarlo un principio ético? Muy sencillo: si un autor escribe de forma irónica un libro para denunciar justo lo opuesto de lo que finge ensalzar en sus páginas, vamos a fracasar estrepitosamente si solo nos quedamos con lo obvio (ese supuesto “ensalzamiento” que transmiten de forma directa sus palabras) y no acertamos a captar ni a trasmitir su intención oculta (la ironía y la verdadera crítica). ¿Te imaginas que alguien lee y entiende de forma literal “Cinco horas con Mario” y, al traducirlo a otro idioma y otra cultura, no se percata (o peor: sí lo hace, pero decide obviarlo) de que lo que Miguel Delibes pretendía en realidad era hacer una crítica a muchos aspectos de nuestra cultura y sociedad?
ELECCIÓN DE PALABRAS: Podríamos afirmar que este principio ético tiene bastante que ver con los dos anteriores. No obstante, si una elección errónea de palabras es profesionalmente reprobable, aún más reprobable es una elección deliberadamente errónea de palabras (y subrayamos ese “deliberadamente”). No nos cansaremos de repetirlo: ninguna palabra cae sin hacer ruido en un sentido o en otro.
NEUTRALIDAD IDEOLÓGICA: A veces, nos toca traducir textos cuya ideología (ya sea filosófica, política…) resulta opuesta o bastante alejada a la nuestra. Por supuesto, eso puede suponer un dilema ético, si nuestras convicciones ideológicas son férreas. Llegados a ese punto, no nos quedará más remedio que escoger entre dos posibles opciones: o bien renunciar al encargo, o bien aceptarlo e intentar mantenernos lo más neutrales e ideológicamente fieles que podamos al texto. Eso sí, nada de aceptarlo e intentar retorcerlo para imponer nuestra visión personal del mundo. No sería ético desde el punto de vista profesional.
IMPACTO SOCIAL: Y, en cierto modo, este apartado es una consecuencia directa de los anteriores. Si todas nuestras decisiones tienen sus efectos, los de las malas resultan terribles. Aplicado a las traducciones, esto significa que no son inocuas, sino que pueden llegar a influir de forma crucial en la sociedad, ya sea en la opinión pública sobre un tema específico o incluso a la hora de tomar cartas en determinados asuntos. Distorsionar un texto o mostrarlo de forma sesgada puede tener un impacto que ni calculamos, y más aún en ciertos ámbitos (como el legal, el político o el empresarial). Por eso, como traductores, debemos desempeñar nuestra labor de la forma más veraz y respetuosa posible en este sentido.